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Espiritualidad digital – Página 44 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Creo pero no creo pero quiero creer

¿Tú sabes cuánta fe tienes? Yo no lo sé. Sé que tengo fe, si no tuviera fe habría dedicado mi vida a otra cosa, y no estaría ahora escribiendo estas líneas. Pero ¿cuánta fe tengo? Y ¿cómo se mide la fe? Lo desconozco. Desde luego, quisiera tener más fe; ese deseo me duele, me taladra por dentro cada día. Por eso entiendo el drama del padre del muchacho epiléptico, y de tantos como él, como tú y como yo.

Creo, pero ayuda mi falta de fe.

Es como decir: «Creo pero no creo, pero quiero creer». Dicho de otro modo: «Me fío de ti, pero no me lo creo, pero ayúdame a creerlo». Todo un drama interior.

Nos conforta saber que a Jesús le bastó ese poquito, esa fe como un grano de mostaza, para obrar el milagro.

Por eso, si, según lees estas líneas, te sientes identificado con aquel hombre, llénate de esperanza. Aunque te duela tu falta de fe, recoge esa poca que tienes y fíate. Fíate de Cristo, fíate de la Iglesia y deja que allí te alimente y te sane el Señor. Seguirás sin saber cuánta fe tienes, pero –te lo aseguro– cada día creerás más.

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Que ya puedes amar como ama Dios

Si el Bautista señalaba al Mesías bautizado en el Jordán, la Iglesia, desde san Pablo, no para de señalar al Crucifijo. ¡Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo! Cualquier predicador que no señale a la Cruz está dando rodeos inútiles y aburriendo al auditorio.

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Imposible entender estas palabras sin mirar al Crucifijo. Él es la plasmación de ese corazón inagotable, que sigue amando en medio de los ultrajes, las bofetadas, los salivazos y el repudio.

«¡Es que Él era Dios!», me dice una persona a quien, señalando al Crucifijo, invito a perdonar a su enemigo. Le comprendo. El sermón de la montaña está muy por encima de nuestras fuerzas, nos es tan inalcanzable como la galaxia más lejana.

Sí. Él era Dios. Y dejó que traspasaran su costado para que puedas habitar en esa gruta. Clava tu corazón en la Cruz, y ama desde el suyo. Ahora es tuyo. Y deja de quejarte, que ya puedes amar como ama Dios.

(TOC07)

Lo dice Cristo

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivoPreguntando a mucha gente no se obtiene la verdad; tan sólo se obtiene una radiografía de lo que los hombres piensan, y lo que los hombres piensan, muchas veces, está lejos de la verdad. Es más fácil encontrar la verdad preguntando a los sabios; aunque también, en ocasiones, los sabios se equivocan. Pero si uno quiere, realmente, conocer la verdad, debe preguntarle a Dios. Cristo, su Hijo, es la verdad.

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Jesús se lanzó a las encuestas. Y las respuestas fueron de lo más variopintas: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Hasta que Simón prestó su boca a Dios: – Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. – Eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre. He ahí la verdad.

También podríamos preguntar quién es Simón. Y unos dirían que es un pescador; otros, que un presuntuoso; otros, que un cobarde. Hasta que habla Dios: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Por eso amamos al Papa. Porque, frente a lo que digan los hombres, él es Pedro. Lo dice Cristo.

(2202)

El cielo en la tierra

Son palabras misteriosas las del Señor. Siempre hay alguien que me pregunta qué quieren decir: En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia.

La respuesta más a mano es que Jesús se refiere a Pedro, Santiago y Juan, quienes verían la gloria de Cristo transfigurado en el Tabor.

Pero, como siempre ocurre, las palabras del Señor van más allá. Su comprensión requiere borrar del pensamiento la idea de que para ver el reino de Dios es preciso haber exhalado el último suspiro. Si así fuera, la vida mortal del cristiano consistiría en sufrir aquí con la esperanza de gozar allí. Pero no es así.

El cielo puede gozarse aquí, en la tierra. Y quien no lo goce en esta vida tendrá difícil gozarlo después tras muerte. ¿Cómo querrá entrar al cielo quien se aburrió en misa?

Porque es precisamente en la Misa cuando, con más claridad, gustamos las dulzuras celestes. También en la oración, y en la caricia de la presencia de Dios en el alma. Y, cuanto más las gustamos, más las apetecemos. Estamos llamados a morir felices y hambrientos de Dios.

(TOI06V)

Mesías sí, pero así no

Me gusta el Evangelio porque no oculta la debilidad de los primeros santos. Si Pedro es como nosotros, entonces nosotros podemos llegar a ser, con la ayuda de Dios, lo que él fue.

Y Pedro, sí, es como nosotros. Es capaz de decirle al Señor: Tú eres el Mesías. Y, a los diez minutos, cuando Jesús les anuncia la Cruz, se encara con el Maestro y le increpa. ¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

Vas el domingo a misa y aclamas: «¡Santo, santo, santo es el Señor! ¡Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre!». Sales de misa, ves que se acerca un hombre que está sufriendo y cambias de acera; como te cruces con él te empezará a contar sus penas y te arruinará el domingo. Mejor tomar otro camino hacia el aperitivo. Otra de gambas, luego a comer y después la siesta.

Has aclamado a Jesús como Mesías, pero, al encontrarte con la Cruz, has preferido dar un rodeo. Le has dicho al Señor: Mesías sí, pero así no. Como Pedro.

Pide a Pedro que te recoja y te lleve a donde llegó él. Él murió mártir.

(TOI06J)

La ceguera de Europa

Dos veces tuvo Jesús que imponer las manos sobre aquel ciego. La primera vez, el milagro se obró sólo a medias: Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. La culpa no era de Jesús, sino de la fe imperfecta del enfermo. Por eso el resultado del milagro no fue un cristiano, sino un «hombre europeo». En esta sociedad nuestra, matar a un niño en el seno de su madre es un derecho; talar un árbol es un crimen imperdonable. El hombre es un árbol que anda, pero mientras no ande se le puede pasar por el hacha.

Arrepentido de su europeísmo prematuro, la segunda vez que el enfermo recibió las manos de Jesús veía todo con claridad. También Moisés tuvo que golpear dos veces la roca en Meribá; la fe imperfecta necesita repetición. Por eso comulgamos a diario. Si nuestra fe fuera como un grano de mostaza, una sola comunión nos llevaría al cielo.

Vuelvo a los árboles andantes de Europa. No nos gusta que vengan desde fuera a decírnoslo; yo lo digo desde dentro. Nuestra sociedad necesita recibir en los ojos las manos de Cristo. Para descubrir qué es el hombre, y para conocer al Redentor del género humano.

(TOI06X)

Un solo pan en la barca

¡Pobrecitos, los apóstoles! Doce más Jesús ya eran trece. Y no creo que entonces se vendieran baguetes como las de mi pueblo, que miden dos metros (bueno, casi). Un pan de la tahona de Genesaret para trece es poquísimo, apenas tocan a un bocado.

A los discípulos se les olvidó tomar pan y no tenían más que un pan en la barca. Y Jesús les ordenaba diciendo: «Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes».

Ellos se agobian. Creen que les falta comida. Pero no entienden. Menudo rapapolvo les suelta Jesús: ¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís?

Y eso que sólo eran trece para comer. En la barca de la Iglesia somos cientos de millones, y no llevamos más que un pan (el Pan). Con ese único pan (el Pan) nos saciamos todos. Pero si un día nos faltara (¡No lo permita Dios!) moriríamos de hambre, aunque comprásemos baguetes de dos metros. Lo comprobé durante la pandemia de 2020, cuando vi a tantos cristianos desfallecer por no poder comulgar.

Pídele a Dios que nunca falten sacerdotes.

(TOI06M)

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