¡Bravo!

¡Qué combate tan apasionante! Los fariseos y saduceos intentaron derribar a Jesús por tres veces: la pregunta sobre el tributo al César, la trampa de los siete hermanos y la pobre viuda, y el enigma del mandamiento mayor. En las tres ocasiones, fue Jesús quien los tumbó «divinamente» con sus respuestas. Y, tras los tres lances, ahora es Jesús quien pasa al ataque.

¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: «Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?. Nadie respondió. Aplausos del público: Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto.

Pero, en aquellas palabras de Jesús, había algo más que un mandoble hacia el adversario. Contenían una preciosa revelación para nosotros. Quizá ellos no se enteraron, pero el Señor estaba desplegando el rostro del Dios Trino.

Movido por el Espíritu Santo, dice: «Dijo el Señor a mi Señor». Ahí los tenéis a los tres. El Espíritu inspira al profeta, y muestra al Padre (el Señor) sentando al Hijo (mi Señor) a su derecha.

¡Bravo!

(TOI09V)