Bajo el abrazo de Dios

Siempre me ha gustado esa frase del salmo 31: Todo me da miedo (Sal 31, 14). Me hace sentir en casa.

Y me hace entender, como una respuesta a esa humanidad nuestra tan temblorosa, las tres veces que el Señor, en el evangelio de hoy dice: No tengáis miedo (a los hombres). No tengáis miedo (a los que matan el cuerpo). (Por eso) No tengáis miedo. Es como la voz de un padre que abraza a su hijo tembloroso y le dice: «Estoy aquí, estoy contigo».

La oración acalla los miedos en lo profundo del alma. Y, aunque la carne siga temblando, en el espíritu se posa la paz. Sabes que el Dios que te creó te ama, te cuida y te protege. Que no permitirá nada que no sea para tu bien. Que, si no te apartas de ese abrazo, puedes estar seguro de que lo que te está sucediendo ahora es lo mejor que podría sucederte.

Por las tres veces en que dice: No tengáis miedo, una sola vez dice: Temed. ¿A quién? Al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. Al pecado. A ese movimiento que te aparta del abrazo de Dios.

(TOA12)