Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

enero 2025 – Página 5 – Espiritualidad digital

El nombre más dulce en los labios de un niño

Jesús¿Te has dado cuenta de que Juan Bautista, en los evangelios, nunca pronuncia el nombre de Jesús? Lo llama el Cordero de Dios, el que bautiza con Espíritu Santo, el Hijo de Dios… Pero en ningún momento lo llama Jesús. Tiene, ante ese nombre, la misma reverencia que los judíos tenían por el nombre de Yahweh. Porque, ahora, Jesús es el nombre de Dios.

Nosotros, sin embargo, pronunciamos su nombre constantemente. Y lo repetimos, porque nos sabe dulce en los labios. No nos inspira temor; nos enamora. En ocasiones, rezar es tan sencillo como decir: Jesús, Jesús, Jesús…

Juan era el último de los profetas. De ahí el temor reverencial ante el nombre del Altísimo. Pero nosotros somos los más pequeños en el reino de Dios. Somos niños. Tratamos a Dios de tú, y a Jesús lo llamamos Jesús, sin más. No sé si los patriarcas y profetas rieron con Dios. Nosotros sí. Yo me río mucho con Jesús. En ocasiones, incluso he tenido que contener la risa en el mismo altar donde ofrezco su cuerpo y su sangre.

Los niños tratan de tú al sacerdote hasta que crecen, y entonces lo tratan de usted. Yo prefiero seguir siendo niño.

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“Evangelio 2025

La gran aventura de conocerte

Juan Bautista había hablado de Jesús como «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Pero también dice de Él: En medio de vosotros hay uno que no conocéis. Él os conoce, vosotros no lo conocéis. Cuando lo conozcáis, tendréis vida eterna. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). Y sabemos que, en la Escritura, conocer es amar. No se consigue a través de los libros, sino de la mirada contemplativa y sosegada.

Juan, desde luego, lo conocía. Y lo conocía su madre, la Virgen santísima. ¿Lo conocía José, le dijo María que Jesús era Dios? Podemos suponer que sí.

Ahí lo tienes tú: Míralo en Belén, representado en la figura de un niño. Míralo en la Hostia, escondido tras la apariencia de pan. Míralo en cada palabra de los evangelios. Si Dios ha nacido en la tierra, hoy comienza para ti una aventura maravillosa: la de mirarlo, enamorarte y conocerlo. Y descubrir, dentro del alma, cómo te conoce Él. Cómo ese niño, con su mirada, te traspasa el corazón y acaricia los pliegues más escondidos de tu espíritu.

Eso es la santidad: conoceros.

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