Jesús comía y bebía. Bebía vino. Le gustaba el vino, y en vino convirtió el agua de las bodas de Caná. Antes de morir, cenando con los suyos, miró a su copa y se lamentó de que ya no volvería a beber vino hasta el cielo.
Lo acusaron de ser comilón y borracho. Era una calumnia. Jesús jamás se emborrachó. Quienes se emborrachan profanan el vino. Pero es lo que sucede cuando llevas a un banquete a quien está vacío por dentro: se emborracha y vomita. Qué paradoja: quiere llenarse, y termina vaciándose. No se puede echar vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres.
Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar. Jesús sabía comer y sabía beber, porque estaba lleno de Dios, y no bebía para llenarse, sino para dar gracias. Le sabía mejor la comida, y más rico el vino.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día. Luego, en la Cruz, le ofrecerán vino, y no lo tomará. No era tiempo de celebrar, sino de ayunar.
Dichosos quienes saben beber, y saben también ayunar. Son hijos de Dios.
(TOI02L)