Evangelio 2025

diciembre 2024 – Espiritualidad digital

La puerta de todos los silencios

A la Virgen la llamamos «Puerta». Puerta por la que Dios entró en la tierra. Puerta por la que entramos a la presencia de Jesús. Y puerta, también, del año nuevo, pues con la solemnidad de Santa María, madre de Dios, comenzamos el mes de enero.

Bendita puerta. A través de ella accedemos al Misterio y somos acogidos en el Hogar de Nazaret. Por eso se nos dice que los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. El nombre de la Virgen aparece en primer lugar. Encontrando a María encontrarás a José y a Jesús.

La encuentras recogida. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. ¿Qué meditaba? Adentrémonos a escondidas en ese corazón inmaculado.

Se llenaba de asombro al meditar que era madre de Dios. De niña la enseñaron a pedir a Dios el sustento, y estaba ella amamantando a Dios. Le hablaron del Dios que viste los campos, y estaba ella vistiendo a Dios. Nueve meses atrás dijo: Hágase en mí según tu palabra, y ahora tendría que enseñar a hablar a Dios.

¡Puerta del cielo, puerta del Misterio, puerta del año, ruega por nosotros!

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“Evangelio 2025

Qué peligro tienen esas uvas

Muchos piensan que la Nochevieja es una fiesta pagana. A mí no me lo parece. El paso de un año en el calendario me parece algo sacratísimo. Porque el tiempo es de Dios. Adán y Eva se lo entregaron al Maligno, hasta que llegó la plenitud.

En el principio existía el Verbo. Existía fuera del tiempo, y mirando al tiempo se compadeció. Por eso, llegada la plenitud del tiempo, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y así tomó en sus brazos el tiempo, se lo arrebató al Maligno y se lo entregó al Padre desde una cruz.

Cosa distinta es lo de las uvas. Allá cada cual, pero a mí me parece una estupidez. De pequeños nos reíamos cuando mi abuela se atragantaba, qué crueldad. Seguro que más de uno ha estado a punto de salir del tiempo por atragantamiento en Nochevieja.

Os doy una idea: Procurad no atragantaros con las uvas. Y después, en lugar de lanzaros a dar abrazos y beber champán, rezad el Ángelus en familia, como una forma de consagrar a la Virgen el nuevo año. Cuando acabéis, pues hala, a los abrazos, el champán y lo que os guste. Feliz año nuevo.

(3112)

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Atándonos nos liberó

A voz en grito, aquella bendita anciana hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. ¿Quién, entre aquellos judíos, no aguardaba la liberación de Jerusalén? Probablemente, no la hicieron caso; la dieron por loca y siguieron su camino. Pero, aunque la hubieran creído, se habrían equivocado. Porque aquel niño no liberaría a Jerusalén del yugo romano.

También se equivocaron cuando, treinta y tres años más tarde, lo recibieron en la ciudad santa con palmas en las manos, esperando de Él que promoviera una sedición. Jesús no había venido a eso. Menudo chasco.

Volvamos al Niño, escuchemos a Ana. Ese Niño es un auténtico libertador, pero el yugo que viene a romper no es el de Roma, sino el del pecado. Os escribo, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre (1Jn 2, 12).

Pero no olvidemos que esa liberación se produce cuando nos atamos a Él con lazos de Amor, cuando tomamos su yugo suave y nos convertimos en cónyuges suyos. Muchos siguen sin entenderlo, quieren una libertad sin ataduras. Pero, por extraño que parezca, la libertad verdadera viene de una dulce atadura. Sólo quien voluntariamente se ata a Cristo es libre.

(3012)

“Evangelio 2025

Cuando el Niño educó a sus padres

familiaAhora, cuando un niño se pierde en una playa o en unos grandes almacenes, lo hacen famoso. Empiezan a gritar su nombre y apellidos por los altavoces, y el pequeño se convierte en una estrella del rock. Lógicamente, papá y mamá se mueren de vergüenza, porque la gente los mira, pero se sienten aliviados por haber encontrado al chiquitín.

Entonces no era así. Cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Y, cuando lo encontraron, le reprocharon el mal trago que les hizo pasar. Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados. Una carmelita descalza me dijo que estaba convencida de que José le dio un bofetón al Niño. Pero yo no me lo creo. Creo que José, como María, conservaba todo esto en su corazón.

Porque Jesús les había querido decir algo. Él estaba al servicio del plan de su Padre, y ellos también deberían postrarse ante ese plan. Aunque doliera.

Papás, mamás: Dios ha puesto en vuestras manos a sus hijos. Pero esos hijos son suyos. No queráis protegerlos demasiado, no fuera a ser que los protegierais también del plan de Dios.

(SDAFAMC)

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De Egipto llamé a mi hijo

Si tú fueras Dios, acabarías con el hambre en el mundo, con las guerras, con la muerte de niños desvalidos, con la mentira, con las injusticias y hasta con las derrotas de tu equipo de fútbol. Te anunciamos que Dios ha venido a la tierra, y gritas que es mentira. Que sigue habiendo hambre y guerras, que los niños mueren cruelmente, que siguen reinando la mentira y la injusticia y tu equipo va a bajar a segunda. Por tanto, Dios no existe.

O quizás Dios no es como tú.

Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores. Y esta masacre sucedió poco después de que Dios viniera a la tierra.

Porque Dios no ha venido a solucionar problemas, sino a perdonar pecados. Los problemas siguen, los sufrimientos persisten, y Él mismo es perseguido y desterrado a Egipto, tierra de esclavitud. Lo que ha cambiado es que ahora, con su presencia, las sombras se llenan de claridad.

De Egipto llamé a mi hijo. Y, con Él, a ti y a mí. Volvemos a casa, al cielo, y volvemos como hijos. Para eso ha venido Dios a la tierra.

(2812)

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Ver mientras miramos

Alguien dijo que fe significa creer lo que no vemos. Pero san Juan nos ha enseñado que la fe es ver, ver con los ojos del alma lo que escapa a los ojos del cuerpo. No, el acto de fe no consiste en cerrar los ojos y gritar: «¡Creo!», sino en mantener los ojos muy abiertos y dejar que una luz ilumine lo que hay detrás del misterio contemplado. Mientras los ojos miran a la Hostia encerrada en la custodia, el alma susurra: «¡Señor mío y Dios mío!».

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Ante la visión de unos lienzos plegados en el suelo de un sepulcro, Juan ve a un Resucitado que ha vencido a la muerte y ha salido a la calle. Eso es fe.

Porque al Niño Dios no le salían rayos de la cabeza, como esas potencias que adornan al Niño Jesús de los belenes haciendo que te pinches cuando quieres besarlo. Al Niño Dios le asomaban moquitos por la nariz. Y la Virgen, mientras los limpiaba con su pañuelo blanco, se sumergía en un dulce asombro al pensar que estaba limpiando los moquitos de Dios.

(2712)

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Ahí hay un hombre que no dice «Ay»

Ahí hay un hombre que dice «¡Ay!». Normal, le están tirando piedras y una le ha dado en la cabeza. Cuando una piedra te da en la cabeza dices «¡Ay!». Y, si puedes, sales corriendo. Incluso algunos recogerían la piedra del suelo y se la devolverían al agresor, para que también dijese «¡Ay!». Todo eso es normal.

Lo que no es normal es que a uno le tiren piedras y, en lugar de decir «¡Ay!» diga, como Esteban: Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 6, 59), mientras implora el perdón para sus agresores. Eso no es normal. Es una interrogación como la copa de un pino.

Un hombre que no dice «¡Ay!», sino que entrega su espíritu y perdona a sus verdugos es alguien que ha encontrado una alegría que nada ni nadie le puede arrebatar; ni las pedradas, ni los insultos, ni las privaciones ni la muerte. Es un hombre feliz.

Ésa es la alegría que Dios trae al hombre en Navidad. El cielo ha bajado a la tierra, y Cristo en la tierra se ha convertido en camino del cielo. ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? (Sal 72, 25).

(2612)

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