Evangelio 2025

11 enero, 2025 – Espiritualidad digital

¡Hijos de Dios!

No debería haberme impresionado, pero, cuando un sacerdote amigo me lo contó, me impresionó. Estaba consagrando el pan durante la misa y escuchó dentro de él, con toda claridad, estas dos palabras: «¡Hijo mío!». A él tampoco le debería haber impresionado, pero casi tuvo que interrumpir la consagración.

«¡Hijo mío!»… Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco. Son palabras dichas por el Padre al Hijo. Pero, por eso mismo, eran también palabras del Padre dirigidas al sacerdote desposeído de su persona que actuaba «in persona Christi Capitis». Aquel sacerdote se sintió tremendamente amado, amado como hijo único. Lo era.

Es la gracia bautismal la que nos hace hijos de Dios. La belleza de esa gracia es desconocida para muchos. También muchos olvidan que somos concebidos en pecado, que nacemos muertos y entregados al Príncipe de este mundo. Y cuando el agua empapa el alma, la inmundicia de aquella culpa desaparece, y es el alma embellecida con las joyas y las perlas compradas a precio de la sangre de Cristo. Tan hermosa queda, que el propio Dios viene a habitar en ella.

Jamás –¡Jamás!– entregues ese tesoro celestial al Enemigo a cambio de la paga miserable del pecado.

(BAUTSRC)

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Para que les sirva de testimonio

leprosoTras sanar al leproso, le dijo Jesús: Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.

No se trataba sólo del cumplimiento de un precepto mosaico. Era una auténtica epifanía. Aquel leproso curado milagrosamente sería, ante los sacerdotes, manifestación de la divinidad de Cristo.

Epifanía deberían ser, también, nuestras vidas. Epifanía para nosotros mismos, epifanía para quienes nos rodean. No conozco, querido lector, tu historia; pero seguro que, si la repasas, encuentras en ella lo mismo que yo en la mía. Repaso mi historia desde la niñez y veo un auténtico milagro, algo inexplicable que sólo puede venir del cielo. ¿Cómo pudo Dios, del niño que yo era y del joven que fui, crear un sacerdote? ¿Cómo ha podido mantenerlo en el ministerio durante treinta años? ¿De dónde ha brotado esa alegría que llena mi alma, y que no es de este mundo? Mi vida me resulta inexplicable si el Cristo a quien amo no es Dios.

Lamento que, ahora, la palabra «testimonio» se entienda como un discurso pronunciado ante un público enfervorizado. Testimonio es, sencillamente, la felicidad de un cristiano. Es testimonio y es epifanía. No es preciso explicar más.

(1101)

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