Evangelio 2025

25 enero, 2025 – Espiritualidad digital

Un Dios escondido

Imagínate la sorpresa de los vecinos. Un sábado más, toca sinagoga. ¿Quién hace la lectura? Mira, es Jesús, el hijo de María.

Coge el rollo del profeta.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Pero, cuando termina la lectura, sus palabras caen como un rayo en la sinagoga: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.

Pero éste ¿quién se ha creído que es? Si es el carpintero, el año pasado me arregló la puerta de casa. ¿Cómo habla así? ¿Ha enloquecido?

No te extrañe el asombro. Más bien, piensa que, de 33 años de vida, Jesús pasó 30 (el 90%) escondido, haciendo una vida normal entre vidas normales.

Es verdad: tú eres un Dios escondido (Is 45, 15). Siglos de escondimiento en el cielo. Y, cuando viene a la tierra, se esconde en el seno de una Virgen. Y, cuando es dado a luz, se esconde en una aldea treinta años. Tres de vida pública, y se esconde en un sepulcro…

Recuérdalo, que eres su hijo. No tienes que ser famoso; tienes que ser santo. Y no hay mejor aventura que la de ser santo a escondidas, viviendo santamente una vida normal.

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El caballo de Saulo y el apellido de Dios

Todo el mundo identifica la conversión de san Pablo con la caída de un caballo. Pero el caballo no aparece por ningún sitio en el relato. Hemos dado por sentado que no iba a pie, ni tampoco en un carro, ni, desde luego, subido a un tranvía. El caso es que se cayó, se cayó de bruces, se cayó abrumado ante el Misterio. Desde el encuentro de Moisés con la zarza ardiente, la imagen del hombre postrado ante el Misterio es el momento de mayor dignidad en la vida.

Como Moisés, Pablo preguntó: ¿Quién eres? Y, en esta ocasión, el nombre de Dios fue el de un hombre: Soy Jesús.

Yo me quedo con el apellido: A quien tú persigues. Pablo no dejará de perseguirlo. Hasta ese momento, lo perseguía para encarcelarlo. A partir de ese momento, lo perseguirá para abrazarlo. No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo (Flp 3, 12).

Es verdad. Cuando uno se encuentra con Jesús, toda la vida es una persecución. Y esa persecución sólo acabará en el abrazo del cielo. Con caballo o sin caballo.

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