Profetizando su Pasión, dijo Jesús: Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). Sin embargo, en el Calvario lo veremos solo y abandonado. Fue antes, cuando aún Jesús no había sido levantado, cuando pareció ejercer su poderoso poder de atracción: Lo siguió una gran muchedumbre de Galilea… todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. ¿No parece contradictorio?
No lo es. Con Jesús de Nazaret, nada es lo que parece. Las apariencias se disuelven como pompas de jabón y la verdad, la auténtica verdad, se abre paso lentamente, al paso de un grano de trigo que se eleva en espiga y se llena de fruto. A Cristo siempre hay que mirarlo desde esa distancia que abarca los siglos. Es necesario tirar los relojes.
Porque todas aquellas multitudes, que se acercaban a pedir, huyeron ante el Cristo pobre y enfermo, como tantos que acuden a pedir a Dios, pero escapan cuando Dios les pide.
La Cruz, sin embargo, es hoy el centro del cosmos, está grabada a fuego en el corazón de millones de personas, y es la puerta santa por la que los hombres pasan de la tierra al cielo.
(TOI02J)