La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 6 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Cosas que pasan cuando nos perdemos la vigilia

Ya sé que se celebra de noche, pero nadie debería perderse la Vigilia Pascual. Cuando uno se pierde la Vigilia Pascual le pasan cosas como las que les sucedieron a los de Emaús.

Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. La historia que cuentan es lo que se llama una visión plana de los hechos. Vienen a explicar que el paso de Jesús por la línea del tiempo ha terminado. Y es verdad. Además, no ha respondido a ninguna de las expectativas relativas al Mesías: no ha resuelto ningún problema. Conclusión: estos dos se habían perdido la Vigilia.

La suerte es que Jesús se la celebró en diferido. Les leyó todas las lecturas del Antiguo Testamento, se las explicó, y partió para ellos el pan. El cirio pascual era Él, y los corazones de aquellos dos se encendieron como candelas.

Entonces se dieron cuenta: Jesús ha resucitado, ha escapado del tiempo y ha dejado abierta la brecha para que también nosotros tengamos vida eterna. Volvieron cantando el Aleluya.

(TP01X)

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Quién recoge a quién

María MagdalenaEn aquellas primeras horas del Domingo definitivo, María no tenía fe. Su corazón rebosaba amor, pero no había en su alma ni fe ni esperanza. Estaba convencida de que Jesús había muerto, y lloraba.

Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Dice un salmo: Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42, 4). En ella se cumplían las palabras de Jesús: Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán (Mt 9, 15).

Le dice a quien toma por hortelano:  Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.

Qué paradoja, le llama «Señor».

Qué paradoja, le dice «yo lo recogeré».

Pero ella no lo recogerá. Será Él quien la recoja a ella. María cree que se lo han llevado, y llora, pero es ella quien está siendo llevada, arrastrada por la muerte. Y Él, con sólo decir su nombre, la recogerá y la traerá al lugar de los vivos.

– ¡María!

– ¡Rabbuní!

– No me retengas

Es decir: «No quieras tirar de mí hacia abajo, subo al Padre mío y Padre vuestro. Deja que Yo tire de ti hacia arriba».

(TP01M)

Un encuentro crucial

Tras el desconcierto del domingo, cuando, como Pedro y Juan, nos acercamos al sepulcro para encontrar «nada», la semana de Pascua está repleta de encuentros con Jesús resucitado. El primero, el de las santas mujeres:

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Como te digo, es sólo el primero de esos encuentros. Después vendrán la Magdalena, los de Emaús, los Once… y tú. Sin este último encuentro, el misterio pascual no habrá llenado de luz tu vida. Como si fueran las diez de la mañana, y las persianas de tu casa siguieran bajadas, impidiendo que entre la luz.

Durante esta semana, busca a Cristo resucitado. Anímate, Él ya te está buscando a ti. Yo aprovecho estos días para hacer mis ejercicios espirituales, de modo que, cuando leas esto, me encontraré sumergido en el silencio y la oración, buscando también el rostro glorioso del Señor. Algunos de estos ejercicios en la semana de Pascua han cambiado mi vida por completo.

Sal de tu cenáculo, recorre esos caminos de oración, adéntrate en el Evangelio, acércate al sagrario… Allí lo encontrarás. Y Él mismo te dirá: «¡Alégrate!»

(TP01L)

Nada, nada, nada…

La liturgia es maravillosamente desconcertante. Cuando, en la mañana de Navidad, acudes a Misa esperando encontrarte a María, José, el Niño y los pastores, en su lugar encuentras a san Juan hablando del Verbo que existía desde el principio. Y cuando, en la mañana de resurrección, te acercas al templo esperando encontrar a Jesús resucitado, en su lugar encuentras… Nada.

Vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado.

«Nada, nada, nada, nada… y, en el monte, nada». Son palabras de san Juan de la Cruz. Porque hay nadas que lo dicen todo, como hay silencios que gritan. He estado muchas veces en ese sepulcro, y ¿qué he visto allí? Nada. Una nada jubilosa. Si me atreviera a profanar esa nada traduciéndola en palabras, emplearía éstas:

¡No está aquí!

¡Pero está! No en el sepulcro, desde luego, en los sepulcros están los muertos. La misma alegría que llena el alma ante esa nada es presencia de Cristo. ¡Está en mi alma, en el altar, en la Iglesia! ¿No veis que lo llena todo?

Todo, todo, todo… ¡Abrid los ojos! Como Juan, ved y creed que Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

(TPB01)

En busca del primer escándalo

Hoy quisiera recuperar el primer escándalo. Lo hemos perdido. En los Oficios, se nos mostrará la Cruz, nos acercaremos a besarla, y quizá nos conmovamos al posar nuestro beso en esos pies. Pero ya no nos escandaliza.

Si alguien completamente ajeno al cristianismo nos viera, se escandalizaría, nos tomaría por locos. ¿Ése es vuestro Dios? ¿Habéis perdido el juicio? Miradlo, está derrotado, desnudo y agonizante. ¿Dónde está su poder, dónde su gloria? ¿Acaso alguna religión muestra a su dios humillado? Sin ser Dios, Napoleón pasó a la Historia subido en un corcel, no llorando por Waterloo.

El hombre busca en Dios protección contra el sufrimiento y la muerte. ¿Qué puede esperar de un Dios sufriente? ¿Cómo podemos presentar crucificado a Jesucristo, y confesar ante el mundo que es Dios?

No puedo apartar la mirada de esa Cruz. O estamos locos, o en esa humillación está su mayor victoria. «¡Victoria, tú reinarás! ¡Oh, Cruz, tú nos salvarás!»

O estamos locos, o Cristo está tomando posesión de la muerte para convertirla en Amor, y está derrotando al pecado arrebatándole su aguijón mientras éste se clava en su costado.

No. No estamos locos. Estamos redimidos. Bendito escándalo, que abre las puertas del Misterio.

(VSTO)

Soledades de un hombre que se marcha

Hoy instituyó el Señor el sacramento del Orden Sacerdotal. Para los sacerdotes, es fiesta. Hasta que concluye la Misa en la Cena del Señor. En cuanto la Misa concluye, nos sumergimos en las tinieblas de Getsemaní, de las que no saldremos hasta el domingo. Siempre me sobrecoge ese contraste.

Al Señor y a los apóstoles les sucedió lo mismo. De la cena festiva de Pascua pasaron, repentinamente, a las angustias del Huerto.

Pero Jesús estaba triste desde el principio. Triste y conmovido. Se estaba despidiendo, y los suyos aún no lo sabían. Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

¡Cuánto los quería! ¡Cuánto le costaba separarse de ellos! No me digáis que en tres días los vería de nuevo, no es verdad. Hay un abismo entre el Jueves y el Domingo. Y Jesús lo tendría que cruzar solo.

Se agacha, les lava los pies, y les deja –nos deja– tres regalos: el sacerdocio, la Eucaristía y el Mandamiento Nuevo. Hoy los recibimos agradecidos. Y, después, nos adentraremos con Él en ese abismo de Amor y de tinieblas. Silencio.

(JSTO)

El hombre que voló los puentes

Durante muchos años traté de verme a mí mismo en Judas. Yo también he traicionado a Cristo, lo he entregado a la muerte con mis pecados. ¿Qué me distancia de él?

Hace tiempo que dejé de hacer ese ejercicio. Y no porque no me vea capaz de esa traición, sino porque comprendí que la traición de Judas no es como la de Pedro. Pedro, como yo, flaqueó, fue presa de su soberbia y de su debilidad, pero lloró su culpa, volvió al Cenáculo, y se abrazó a Cristo resucitado en cuanto pudo hacerlo. Judas, en cambio, cambió de bando. En Getsemaní nos damos cuenta de que ya está en el otro lado, en el de los verdugos, forma parte de esa cuadrilla.

Judas jamás volvió al Cenáculo, eso le hubiera salvado. Pero, además de traicionar a Jesús, rompió con los hermanos, eligió la orfandad. ¿Qué le quedaba después de tomar consciencia de su traición? Había volado todos los puentes, ya sólo le quedaba la muerte, y en ella se precipitó.

Dicen que «corruptio optimi pessima» (la corrupción de lo mejor es lo peor). Quien ha tenido intimidad con Cristo y después rompe con Él se despeña en un abismo terrible.

(XSTO)

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