Con santa Teresa sucede como con Churchill: se le atribuyen frases que uno no encuentra en ningún sitio, y que también se atribuyen a otros. No sé si es verdad que dijo de unas monjas que eran «castas como ángeles y soberbias como demonios», pero lo cierto es que la frase está bien traída.
Porque, por desgracia, la soberbia es perfectamente compatible con la piedad y la castidad. A Cristo lo enviaron a la Cruz soberbios que rezaban. Quizá por eso san Agustín (otro como Churchill) «dijo» que lo más importante para ser santo eran tres cosas: la primera, humildad; la segunda, humildad; y la tercera, humildad.
Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Entre ayer y hoy, tenemos una resonancia magnética del corazón de Cristo. Ayer sufría por la «piadosa soberbia» de Cafarnaúm, y hoy se alegra por la humildad y sencillez de los apóstoles. Jesús sufre cuando los corazones se endurecen, y goza cuando son humildes y permiten actuar a Dios.
Mirad que vuestra piedad no sea helio que os hinche como un globo. Y, para ello, jamás perdáis de vista la Cruz.
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