Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Espiritualidad digital – Página 40 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Ese abismo de dolor

Ábrenos, Señor, la puerta santa de tu corazón, para que podamos entrar en ese abismo de dolor y de impotencia que te estranguló hasta el gemido de angustia en Getsemaní. En las lágrimas de ese corazón tuyo están contenidos y abrazados los lamentos de los antiguos profetas.

Algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Vienes a traer la salvación a los hombres, y los hombres dicen de Ti que tienes un demonio. Y eso te lo dicen los que rezan, los que en nombre de Dios hacen limosnas y ayunan. Pero no obedecen. Personas religiosas que se apoderaron de la religión. Caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara (Jer 7, 24).

Los miras con ojos suplicantes, y habla más tu mirada que tu lengua: «¿Qué más tengo que hacer para redimiros? ¿Qué puedo deciros para que me hagáis caso? Queréis salvaros solos, pero no os queréis dejar salvar. Y, en lugar de obedecerme, me juzgáis».

Oh, Jesús, queremos confortarte. Queremos entregarte lo que más quieres de nosotros: nuestra voluntad, nuestra obediencia, nuestro corazón.

(TC03J)

Sólo está entero cuando está roto

Si está roto, no está entero. Si está entero, no está roto. ¿Verdad? Pues va a ser que no…

Moisés recibió, en el monte Sinaí, las tablas de la Ley. Y cuando bajó, ante el horror del pecado de su pueblo, rompió las tablas, las estrelló contra la Roca.

Jesús, en el monte de las Bienaventuranzas, entregó a su pueblo la nueva Ley. Esa nueva Ley era Él mismo. Y a Él lo rompimos los hombres estrellándolo contra una Cruz en el monte Calvario.

Cristo entero está presente en la sagrada Hostia. Y el sacerdote, antes del momento de la comunión, rompe la sagrada Hostia en el altar delante del pueblo.

No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Pero esa plenitud se alcanza cuando se rompe. Sólo está entera cuando está rota.

Porque la plenitud de la Ley es el Amor. Y eso significa que, para alcanzar la plenitud de Cristo, el cristiano, como su Señor, debe entregar la vida, debe dejarse romper.

Tus planes, tus proyectos, tus horarios, tus sueños humanos alcanzarán la plenitud cuando dejes de protegerlos tanto. Anda, deja que te los rompan.

(TC03X)

Tú déjale a Él, que Él sabe

Era yo joven, volvía de la Universidad, y se me averió el coche en mitad de la carretera. Lo detuve en el arcén, y lo lógico hubiera sido llamar a una grúa. Pero el compañero que viajaba conmigo, bendito sabelotodo, me dijo: «¡Tú déjame a mí, que yo sé!». Abrió el capó, sacó una pieza, se la llevó a los labios y sopló fuerte diciendo que iba a desatascarla. La pieza salió volando hacia la carretera y la avería me salió por un pastón. ¡Qué gracioso, mi compañero!

Así comenzó la historia del pecado. Dios había creado al hombre para que se dejase cuidar y alimentar por Él. Pero el hombre, instigado por la serpiente, ante la vista del fruto prohibido le arrebató su vida a Dios y le dijo: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que me conviene comer y lo que no». Maldita hora.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Hoy comienza la historia de la Redención. Hoy, por la obediencia del Verbo encarnado y la docilidad de la santísima Virgen, el hombre le dice a Dios: «Te dejo a Ti. Tú sabes. Me pongo en tus manos». Bendita obediencia.

(2503)

El Jordán en que debes bañarte

Es conveniente, en Cuaresma, meditar la Pasión de Cristo. Pero esas páginas de los evangelios pueden contemplarse de dos maneras: desde la butaca y desde la arena. No es lo mismo.

A veces lo parece, porque, desde la butaca, con el cucurucho de las palomitas en una mano y el refresco en la otra, el relato de la Pasión te conmueve y empiezas a derramar lágrimas sobre las palomitas. Encima no puedes sacar el pañuelo para limpiarte porque tienes el refresco en la otra mano. Pero a ti no te pasa nada. Gimoteas: «¡Pobre Jesús!», y das otro sorbo al refresco.

Desde la arena, todo es distinto. Porque son tus manos las que empuñan el látigo, y también las que clavan a la Cruz las manos del Señor. Son tus pecados los que lo matan. Y lloras, pero de verdad. Y no te caben las palomitas en las manos, porque te has dejado crucificar con Él.

Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Naamán fue curado bañándose en el Jordán. Tu Jordán es la Pasión de Cristo. Báñate en ella, no te quedes mirando la corriente.

(TC03L)

Si no te das la vuelta…

¿Qué diferencia una amenaza de una advertencia? Quien amenaza está dispuesto a hacerte un daño si no cumples lo que pide. Quien advierte quiere evitarte un daño con su aviso.

Hablando de los galileos asesinados por Pilato y de quienes murieron aplastados por una torre en Siloé, Jesús repite las mismas palabras; Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.

El Enemigo te querrá hacer entender que Jesús está amenazando con la muerte a quien no se convierta. No le hagas caso. Jesús te está diciendo, con gran dolor, que vas camino de la muerte y que tienes que darte la vuelta para salvarte. Sus palabras son advertencia cariñosa.

Porque convertirte es eso, darte la vuelta. Vives de espaldas a Dios y mirando a las criaturas, vives pendiente de tus problemas y tus planes, tus urgencias y tus muchas ocupaciones. Apenas te acuerdas de Dios, si no es para pedirle que te ayude con «tus cosas».

«Tus cosas» se te van a caer encima si no te conviertes. Mira al cielo. Vive pendiente de la palabra de Dios y haz «tus cosas» con paz. Vive para el plan de Dios, en lugar de pedir que Dios viva para tus planes.

(TCC03)

El desengaño

Lo comentaba el otro día con mi vicario parroquial: Cada vez más gente está volviendo a la Iglesia, y no vuelven movidos por el fervor, sino por el asco. Se han cansado del mundo, han descubierto la trampa oculta en el ídolo de este siglo, han experimentado el vacío con que paga a los suyos y se han desengañado. Están asqueados. Y, al volver la vista atrás, reconocen en la Iglesia el hogar paterno del que nunca debieron alejarse, y en la mesa de los hijos de Dios el único alimento que los puede saciar.

Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Se levantó y vino adonde estaba su padre. ¿Qué movió al hijo pródigo a volver a la casa de su padre? No fue la compunción, ni el amor. Fue el asco. El asco de aquellas algarrobas, de la compañía de los cerdos, de la suciedad que cubría su cuerpo.

Lo peor es acostumbrarse a la inmundicia; que un hombre no quiera salir de la piara para llegar a Casa, y que toda su oración consista en pedir más algarrobas. Qué lástima, entonces.

Concédenos, Señor, no perder jamás la nostalgia del cielo.

(TC02S)

La mansedumbre y la dignidad

La mansedumbre es una de las virtudes más despreciadas. Para muchos, ser mansos como corderos supone perder la dignidad. Aunque donde dicen «dignidad» deberían decir «orgullo». Pero no lo dicen, dicen «dignidad». «¡Venga, padre! ¿De verdad me está sugiriendo que me deje ofender, que no me defienda, que siga sonriendo mientras me abofetean? ¡Tengo mi dignidad!»

Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.

Era de Sí mismo de quien hablaba Jesús. Y de cómo se dejaría escupir, se dejaría azotar, se dejaría coronar de espinas y se dejaría matar sin oponer resistencia. Mientras lo acusaban injustamente, no se defendió. Dejó toda defensa en manos de su Padre, quien hizo que la piedra desechada por los arquitectos fuera convertida en piedra angular. ¿De verdad pensáis que Cristo, en su Pasión, perdió su dignidad?

No. La mansedumbre no supone perder la dignidad. La mansedumbre consiste en ser revestido con la dignidad de Cristo crucificado, Rey que reina desde el trono de la Cruz.

(TC02V)

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad