El precio de amar
Me comentaba un novio, días antes de casarse, que tenía miedo de hacer daño a la mujer que iba a convertirse en su esposa. Era un ingenuo. Espero que ya se haya dado cuenta de que, en este mundo, todos nos hacemos daño. Y, especialmente, quienes más nos queremos, porque estamos más cerca. Lo importante es que sepamos pedirnos perdón y perdonarnos. Y que no nos cansemos de recibir heridas de quienes más nos quieren.
Porque, en ocasiones, cuando aquellos que deberían querernos nos hieren, vamos levantando un muro de defensa contra ellos. Y ese muro nos protege de las heridas, pero también nos impide recibir cariño. Nos aísla, nos hace vivir a la defensiva y, al final, nos condena a una soledad que es peor que las propias heridas.
Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra. Derriba el muro, arriésgate a amar y ser amado, a ser herido y –también, por desgracia– a herir. A perdonar y a pedir perdón. Sé que el amor verdadero es gratis, pero amar y ser amados nunca sale gratis. Ni con Dios. Preguntádselo al bueno de Jacob, y su fémur herido después de arrancarle a Yahweh la bendición anhelada.
(TOI11L)