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Espiritualidad digital – Página 26 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Así te quiero

La declaración de Amor que hoy nos regala el Señor –la única declaración de Amor expresa de Jesús en los evangelios– es un complemento al Mandamiento Nuevo:

Como el Padre me amó, así os he amado yo.

Quien nos invitó a amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado nos devela ahora cómo nos ha amado: Como el Padre me amó.

Recibe primero esa declaración de Amor. Elimina el plural y ponle tu nombre: «Como el Padre me amó, así te amo, Fernando». Deja que esas palabras llenen de gozo el corazón y empapen de Espíritu el alma. Porque ese Espíritu es el Amor con que el Padre ama al Hijo y el Hijo te ama a ti.

Después, rebosante de alegría, ve a tu prójimo. Y dile, con tu vida: «Como Cristo me quiere, así te quiero yo. Te quiero aunque no me quieras. Te quiero aunque me crucifiques. Te quiero cuando estás en tu pecado. Te quiero cuando estás alegre, y te quiero con más ternura cuando sufres. Todo te lo perdono. Y estoy dispuesto a dar mi vida por ti. Porque lo que más deseo, en mi amor por ti, es que seas santo».

(TP05J)

Sin Ti

Aunque tiene alguna inconveniencia que no copiaré aquí, me gusta mucho esa canción de Sabina que se llama «Así estoy yo sin ti»: «Perdido como un quinto en día de permiso, como un santo sin paraíso, como el ojo del maniquí; huraño como un dandy con lamparones, como un barco sin polizones, así estoy yo sin ti».

Sin mí no podéis hacer nada. Es que esa canción, salvando la inconveniencia que no copiaré aquí, se la canto yo al Señor. Soy como Pedro, a dónde iría sin Ti, tú tienes palabras de vida eterna.

Sé que mucha gente vive sin Cristo. Me da muchísima pena, no sé qué entienden por felicidad, no sé con qué se conforman. Yo no puedo; tras haber conocido el Amor del Señor, ya no me conformo con nada menos.

¿Y tú? ¿Qué harías sin Cristo, cómo estarías sin Él? Quizá prefieras no responder, para qué asomarse a abismos de tinieblas. Te comprendo. Pero, para que te hagas una idea, repasa tus peores tendencias, tus instintos más brutales y asústate.

Pide al Señor la gracia de no separarte jamás de Él. Porque, si nada podemos hacer sin Él, sabemos a dónde vamos con Él: al cielo.

(TP05X)

La comunión del silencio

Ayer meditábamos sobre esa «comunión del eco», por la cual las palabras de Jesús permanecen vivas en el alma de quien lo ama. Hoy el Señor anuncia una comunión más misteriosa:

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo. Como todo lo que Cristo dijo, era verdad. Estaba pronunciando sus últimas palabras antes de morir. El príncipe de este mundo le taparía la boca con la mordaza de la muerte, de la que apenas escaparían siete palabras pronunciadas desde el Leño. Después, silencio.

Ya no hablaré mucho con vosotros. Pero eso no quiere decir que no nos diga nada. Nos dice con sus silencios lo que las palabras no pueden expresar.

Si no aprendes a escuchar los silencios del Señor, te perderás las verdades más profundas y amorosas. Si te quejas cuando Jesús cierra los labios, entonces no has entendido nada.

Tienes que saber sentarte ante un sagrario y decir: «Ahora no nos hablamos». Nos miramos en silencio. Y el Espíritu, silencioso también, acaricia tu alma sin que lo sientas, y deja en ella la noticia de un Amor que ninguna palabra humana puede transportar. No hay noche más luminosa ni silencio más elocuente.

(TP05M)

La comunión del eco

El eco dura lo que dura el eco. Entras en mi parroquia, que es un monumento al eco, dices hola y las paredes te devuelven el saludo con tu hola rebotado. Pero después se apagan. Proclamas el evangelio desde el ambón, y se escucha dos veces, pero nada más. Si hubiera un eco que no se apagara, si las palabras de Jesús se mantuvieran vivas, sería como una fuente de la que puedes beber sin cansarte.

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Ese eco tan deseado sólo las paredes del alma pueden producirlo cuando el alma está sellada por el amor a Cristo. Lees sus palabras, y resuenan dentro sin apagarse. Sales del templo, y siguen allí. Entras en casa, y te acompañan. Mientras pagas la cuenta en el supermercado siguen resonando en la memoria. Te acuestas por la noche, y acompañan tu sueño como canción de cuna.

Entonces sabes que has comulgado con ellas. Son presencia de Cristo en tu interior. Y del Padre, y del Espíritu, que es quien os vaya recordando todo lo que os he dicho.

Es la comunión del eco.

(TP05L)

El testamento

Las primeras palabras del evangelio de hoy marcan el escenario:

Cuando salió Judas del cenáculo

Jesús no hubiera abierto su alma ante Judas. Sólo cuando el Iscariote se fue quedó el Señor a solas con sus amigos. Con pecadores que lo amaban.

Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Es el momento de la confidencia, de la última voluntad, del testamento.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. Toda la ley de Moisés encuentra plenitud en este único precepto.

Si aquella ley antigua prescribía amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, la ley nueva dice: Yo os he amado. Recibe mi Amor, abre el corazón y déjate querer por tu Dios.  En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó (1Jn 4, 10).

Si aquella ley antigua prescribía amar al prójimo como a uno mismo, la ley nueva dice: como yo os he amado, amaos también unos a otros. Es decir, ama a tu hermano más que a tu propia vida, entrega tu vida por él.

(TPC05)

No les aplaudáis; felicitadlos

A pesar de su reproche, no creo que a Jesús le molestase mucho la pregunta de Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Pero hoy me quedo con el reproche: Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? «Si crees que vengo por mi cuenta, que hablo por mi cuenta, que hago todo esto por mi cuenta, entonces no me conoces». El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras.

Lo mismo podría decirse del santo. Leed las vidas de los santos y veréis que a todos, sin excepción, les han repugnado los aplausos y alabanzas. Diréis que es por humildad, y lo acepto en cuanto humildad es estar en verdad.

Los aplausos y alabanzas son para los futbolistas, los cantantes, los actores y –¡qué pena!– los políticos. Pero al santo no se le aplaude porque nada ha hecho por sí mismo, y él lo sabe. Al santo se le felicita como felicitó Isabel a la Virgen, porque Dios lo ha escogido para hacer obras grandes a través de él. Él sólo abrió la puerta para que Cristo entrara. Pero no se aplaude al portero, se aplaude a Cristo y se felicita al portero.

(TP04S)

Volverás

Ayer la tristeza era de Jesús, cuando anunciaba la traición de quien compartía su pan. Hoy la tristeza es nuestra, mía. Por dos palabras que se clavan en el corazón como un dardo: «Me voy». Me voy a prepararos un lugar. ¿Y no podrías prepararlo sin marcharte, pedir a los ángeles que pongan la mesa y hagan la cama mientras Tú te quedas aquí? No. No podrías. Ni tampoco quieres. Tanto nos amas, que ni a los ángeles dejas hacer esa tarea. Quieres prepararnos la mesa, hacernos la cama y encender el Fuego en persona. Hasta querrás servirnos la comida.

Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Es mi única esperanza en el valle de tinieblas. Saber que volverás.

Volverás una noche sobre las nubes, y me tomarás de la mano para llevarme a Casa.

Volverás ese día en que yo muera, y me dirás: «Ven conmigo, terminó el camino, ya no me escaparé más, estaremos juntos siempre».

Volverás cuando tu Espíritu, en Pentecostés, se adentre en lo profundo de mi alma. Y su toque delicado me levantará dulcemente sobre la tierra y me llevará al cielo.

(TP04V)

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