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Espiritualidad digital – Página 22 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Jefferson, Adams y las patatas fritas

Las patatas fritas no tienen secretos para mí. Cojo una patata, la pelo y la parto en tiras con el cuchillo. Es una sola patata, pero, una vez partida y pasada por la sartén, lo llamo «patatas fritas». Así, de una patata, hago varias.

Lo difícil es lo contrario. Hacer, de varias, una sola. Adams y Jefferson, al fundar los Estados Unidos de América, inventaron aquel lema: «E pluribus unum». Pero era un lema. Los americanos son cada uno de su padre y de su madre. Nunca mejor dicho.

Lo imposible lo ha hecho posible Cristo con inmenso dolor e inmensa gloria. Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti. Ha sufrido en la Cruz el desgarro de los hombres, dispersos como ovejas sin pastor. Ha gritado desde lo alto del Leño llamando a cada uno. Y ha entregado su Espíritu a quienes nos hemos acercado a esa fuente de agua y sangre para que seamos uno en Él. De muchos ha hecho uno.

Cristo sigue sufriendo, llamando, entregando su Espíritu. Porque la unidad completa no está lograda aún. Súmate a ese dolor y a esa llamada. Busca a quienes están lejos. Háblales de Dios.

(TP07J)

El que nos santifica en la Verdad

Consuela saber que, en nuestro decenario al Espíritu Santo, no estamos solos. El propio Cristo encabeza nuestra plegaria y pide el Espíritu para los suyos. Nosotros tan sólo nos unimos a su oración.

Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste… Ahora voy a ti. Ya no estará con ellos, ni con nosotros, como estaba antes. Ascenderá al cielo y su rostro quedará velado, el timbre de su voz ya no se escuchará, sus manos ya no tocarán a los enfermos. Por eso se preocupa por los suyos. ¿Qué será de ellos?

Que sean uno, como nosotros… Que tengan en sí mismos mi alegría cumplida… Que los guardes del maligno… Que también ellos sean santificados en la verdad.

Así pide Jesús el Espíritu para nosotros. Porque el Paráclito es quien nos hace uno en Cristo. Él trae la alegría de Jesús al alma del cristiano. Él sella nuestras almas y las guarda del Maligno. Él nos santifica en la Verdad, en Cristo.

No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Por el baño del Espíritu nacemos como hijos de Dios y ciudadanos del cielo. Vivimos en la tierra, pero somos de Dios.

(TP07X)

Reloj, no marques las horas

La gente se equivoca con la vida eterna. Piensan en una vida interminable, como si, al finalizar el partido y ser alcanzados por la muerte, el árbitro celestial pitara una prórroga infinita. Pero eso no es la vida eterna. Además, la vida es «terminable». Se acaba con la muerte. No hay prórroga.

Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Cuando conoces a Cristo, cuando lo contemplas y caes rendido ante Él, cuando tú lo miras y Él te mira en medio de esa noche de la fe, ¿no te parece que escapas del tiempo? Es lo del bolero, para que me entiendas: «Reloj, no marques las horas, haz esta noche perpetua, para que nunca se aleje de mí, para que nunca amanezca». Eso, pero hecho verdad.

Da pena que la oración de muchos cristianos sólo consista en «Dame, perdóname, gracias, haré esto, evitaré aquello». No contemplan, están atrapados en el tiempo.

Dejaos levantar. Mirad con mirada de fe. Habitad la eternidad. Gozad el Amor. Y, cuando el árbitro pite el final del partido, los noventa minutos serán absorbidos por ese reloj que no marca las horas. El gozo eterno.

(TP07M)

Reunionitis

Me convocan a tantas reuniones que, muchas veces, pienso que alguien confunde la eficacia con el tiempo que pasamos sentados (en sillas espantosas, por cierto). Olvidaron aquel refrán: «Reunión de pastores, oveja muerta». Otras veces creo que es inseguridad. Alguien necesita vernos juntos para comprobar que no nos hemos escapado. Y otras veces –perdón, perdón– lo tomo como mera estupidez.

Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Ojalá cuidemos la única reunión que importa, esa reunión que no es reunión, sino unión: la de todos los hombres –no todos los cristianos, sino todos los hombres– unidos en Cristo como los miembros están unidos a la cabeza. Y, para alcanzar esa unión, nos dispersemos, salgamos de esa sala con el aire ya viciado y nos introduzcamos en el mundo como la sal en el alimento. Luego nos vemos ante el altar, recibimos la formación que necesitamos, y un «podéis ir en paz» nos lanza de nuevo al campo de batalla.

No somos más eficaces porque nos reunamos mucho, sino porque llevemos las manos llagadas de Cristo hasta los extremos más alejados de la tierra.

(TP07L)

El camino a casa

Decía Antoine de Saint-Exupery que de nada sirve dejar a una persona en el desierto si no le anuncias una fuente y le señalas el camino. Sólo así la persona se orienta y sabe a dónde dirigir sus pasos.

Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. El hombre está sobre la tierra desorientado, no sabe qué hace aquí, consume sus días huyendo de la muerte y la muerte al final lo atrapa y lo devora. Pero desde que Cristo resucitado ascendió al cielo, el hombre sabe que tiene un hogar y conoce el camino. A donde yo voy, ya sabéis el camino. Yo soy el camino (Jn 14, 4.6).

Ese día supimos que somos peregrinos; que nuestro hogar no está aquí; que esta vida es, debe ser, camino hacia el cielo; y que ese camino está señalado por las huellas de Cristo.

El cielo no es un parque temático donde uno se reencuentra con su abuelito y deja de envejecer por arte de magia. El cielo es nuestro hogar, el cielo es el Amor, el cielo es Cristo. Es el descanso en Él, el abrazo que escapó del tiempo, el gozo que no acaba.

(ASCC)

La doble visitación

Segundo misterio: la Visitación de María a su prima Isabel. 31 de mayo: La Visitación de la bienaventurada Virgen María.

Olvidamos algo. La visita es doble, a Isabel se le llenó la casa.

Se llenó Isabel del Espíritu Santo. ¿Acaso esa visita es menos importante? El gran Visitador, el Espíritu, primero había visitado a María y había depositado en sus entrañas al Verbo divino. Y ahora visita el alma y el vientre de Isabel. El alma la llena de gozo, y en el vientre hace bailar por soleares al pequeño Juan. ¿Lo libró entonces del pecado original? Algunos lo dicen. Yo no lo sé.

¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Esas palabras no se explican si no es por una inspiración del Paráclito. Está llamando «Señor» al Hijo de María; se está adelantando al concilio de Éfeso y proclamando a la Virgen madre de Dios.

Visitación, sí. ¡Pero menuda visitación! Abre las puertas del alma. Echa de casa, con una buena confesión, a todos esos mercaderes que son tus pecados, y que te visiten la Virgen y el Paráclito. Verás qué alegría.

(3105)

Dolores y alegría de un parto cósmico

Dice san Pablo que la creación está gimiendo y sufre dolores de parto (Rom 8, 22). Es un parto cósmico, el parto de todos los partos. Un parto doloroso, pero bien llevado, porque el niño nace de Cabeza. Y, como es de bien nacidos ser agradecidos, junto al dolor se hace presente la eterna gratitud de la criatura.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. El alumbramiento comienza en los dolores de la Cruz, repartidos y esparcidos por la Historia entera, y se manifiesta en la Ascensión, cuando, de modo visible, nuestra Cabeza, Cristo, salió de las tinieblas de este mundo para amanecer a la luz celeste. Tras la cabeza, amaneció el cuello, la Virgen, asunta en cuerpo y alma a los cielos. Y, tras el cuello, vamos naciendo los cristianos, cogiditos al Señor como cogía Jacob el talón de Esaú.

Apréndelo bien y no lo olvides. Porque no te ha prometido Cristo que te irá bien en esta vida. Te ha prometido que nacerás al cielo.

(TP06V)

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