Dulce secuestro

Dijeron los ángeles a los apóstoles, mientras el rostro del Señor se ocultaba tras una nube: El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo (Hch 1, 19). De modo que Jesús «fue llevado» al cielo. ¿Por quién? Por el mismo por quien fue traído a las entrañas de la Virgen: por el Espíritu Santo. El mismo Espíritu que estamos a punto de recibir nosotros en unos días.

Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria. Y es que el Paráclito viene a «secuestrarnos» dulcemente para llevarnos al cielo. Y no va a fulminarte con un rayo para que, después de muerto, emprendas el viaje. Va a llevarte al cielo en esta vida, porque va a elevar tu alma sobre todo lo creado y la va a hacer reposar en Cristo. Mira lo que dice el Apóstol: (Dios) nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él (Ef 2, 6).

¡Qué gracia! En lugar de esperar al Espíritu diciéndole: «¡Libérame!», le esperaremos diciéndole: «¡Secuéstrame!». Ese dulce secuestro es nuestra liberación.

(TP07J)