Siempre me ha hecho gracia que, en plenos calores de agosto, celebremos la fiesta de san Lorenzo, martirizado en el fuego de una parrilla. Quienes me leéis desde el hemisferio sur sabréis disculparme el comentario, igual a vosotros esta fiesta os trae calor en los rigores del invierno, pero en España la parrilla de san Lorenzo no es, precisamente, el sueño de una noche de verano. Y si, para mejorar las cosas, la oración Colecta le dice a Dios que el santo resplandeció «con tu ardiente amor», ya veo a señoras sacar el abanico.
La Providencia, a través de la liturgia, nos está ofreciendo el mejor modo de celebrar al santo. Porque si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. San Lorenzo honró a Dios dejándose quemar, y mostrando incluso alegría entre las llamas. «Por este lado ya estoy tostado», dijo, «podéis darme la vuelta». Y, estando a punto de morir, exclamó: «La carne ya está hecha; podéis comer». Nosotros, al menos, siguiéndole a distancia, podríamos proponernos no quejarnos del calor y no perder el buen humor.
Aunque lo de no quejarse creo que yo ya lo he incumplido.
(1008)