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Espiritualidad digital – Página 6 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

El centro

Las palabras de Jesús sobre los escribas y fariseos son un retrato terriblemente realista de la religiosidad de aquellos hombres:

Alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame «rabbí».

Quien así hablaba moriría poco después desnudo, ultrajado y humillado, cosido con tres clavos a una cruz. La distancia entre Cristo y aquellos hombres preocupados por honores y reconocimientos es infinita. Cierto, los escribas y fariseos oraban. Pero desde el otro lado. Ante la Cruz, menearon la cabeza y se burlaron del Señor. Oraban contra Cristo.

Si quieres saber si eres un verdadero cristiano, no te preguntes cuánto rezas o a cuántas celebraciones, adoraciones y retiros acudes. Pregúntate, más bien, por la distancia entre tu vida y la Cruz. Porque cualquier espiritualidad que no tenga la Cruz en el centro mismo de su entraña no es digna de ser llamada cristiana.

Lo he escrito mil veces, lo escribiré mil más: La Cruz no es una devoción. Es el centro del Cosmos y de la Historia. Es la única puerta del cielo.

(TOI20S)

De esclavos y reyes

consorteSorprende que, en el día en que veneramos a la santísima Virgen como reina, la sagrada liturgia nos presente un pasaje en el que ella se llama a sí misma esclava:

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Hace más de treinta años escogí esa frase como lema de mi ordenación sacerdotal y mi primera misa. Y no puedo estar más satisfecho de ello. La Virgen me ha protegido mucho. Pero es cierto que los reyes tienen súbditos, mientras los esclavos tienen amos. ¿En qué quedamos? ¿Reina o esclava?

Reina por ser esclava. Y esclava por Amor. Dulce esclavitud, en la que el corazón se rinde a la ternura de Dios y se entrega por completo. Y se postran el entendimiento y la voluntad ante la grandeza del Bien supremo. Se encuentra entonces, como perla escondida, la verdadera humildad, que no viene del desprecio de uno mismo, sino del hallazgo gozoso de esa grandeza que te hace sentir la más pequeña y agraciada de las criaturas.

Entonces, viéndola así por Amor postrada, Dios mismo la ensalzó y convirtió a la esclava en reina. Reina de cielos y tierra. Tierra donde, paradojas, tantos reyes son esclavos.

(2208)

¡Pobre Señor!

Se supone que los reyes están rodeados de una corte de aduladores y tiralevitas que no paran de recordarles lo maravillosos que son y lo bien que hacen todo. Pero el rey de la parábola era el rey más desdichado y solitario del mundo. Cuando se dispone a celebrar la boda de su hijo, mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. ¡Ni los criados le obedecen! Pero después, cuando envía a otros criados a la misma tarea, los propios convidados no hicieron caso. Y cuando, finalmente, consigue llenar el banquete con invitados imprevistos, se le presenta uno vestido con camiseta de tirantes, bermudas y chanclas (como vienen algunos a Misa en verano, qué penita). Tendría que reprenderle el propio Don Corleone: «Vienes a mi casa el día de la boda de mi hijo, y vienes sin ningún respeto». Por no hablar de quienes vienen a comulgar con el alma ensuciada y apestosa a causa del pecado mortal que no han confesado.

¡Pobre Señor! ¡Pobre Señor! ¡Qué solo está! Tiene un tesoro, lo quiere regalar, y apenas nadie lo valora.

Por favor, detente antes de entrar en Misa. Piensa en dónde vas a entrar.

(TOI20J)

La llave de la parábola

Hay parábolas como acertijos. Para entenderlas, tienes primero que encontrar la llave que la propia parábola esconde. Y, una vez encontrada, abres la parábola y todo se entiende. En la parábola de los obreros enviados a la viña la llave está casi al final:

¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Queda claro que el salario no se paga según las leyes del mercado. Aunque un denario por jornada era el salario común entre los jornaleros de la época, probablemente aquel propietario no necesitaba contratar tantos trabajadores. Lo hacía por pura bondad, para que no estuvieran ociosos y ganaran algo para su sustento. En ese caso, tanto el trabajo como el salario se convierten en puro don. No había motivo para quejarse si el compañero recibía lo mismo habiendo trabajado menos. Sólo había lugar para la gratitud.

Dios no nos necesita para nada. Si nos pide que trabajemos para Él, es porque nos ama y sabe que ese trabajo nos santifica. Y si, además, nos paga…

¡Bendito denario, el de la comunión! Y comulga igual quien vive habitualmente en gracia que quien acaba de confesar un pecado mortal. ¿Acaso Dios es injusto? ¿O es que es bueno?

(TOI20X)

La pregunta estúpida de un santo

Los patinazos de Simón Pedro hacen de él una persona entrañable. ¡Nos resulta tan cercano a quienes no paramos de equivocarnos! Y nos llena de esperanza saber que, siendo tan imperfecto, tan como nosotros, alcanzó las cumbres de la santidad.

Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?

Me troncho: ¿Qué nos va a tocar? Como si el reino de los cielos fuera una tómbola, y estuviera esperando que le tocara un jamón.

No es que sea malo esperar recompensa por seguir a Jesús. Es que no se da cuenta de que ya ha sido recompensado, le ha tocado el jamón, es el hombre más afortunado y bendecido de la tierra por el hecho de vivir con Cristo.

Imaginad que Jesús le hubiese preguntado: «¿Tú qué quieres que te toque?». Quizá nos hubiéramos reído con la respuesta: riquezas, poder, años de vida, toneladas de peces… ¿Y qué?

Lo único que no hubiera respondido es: «Estar contigo es la mejor recompensa». Porque, si hubiera respondido eso, no habría hecho esa pregunta tan tonta. Después, cuando, a causa de su pecado, perdió a Jesús, se dio cuenta, con lágrimas, de cuál era su tesoro.

(TOI20M)

«Buenos» que se marchan y malos que se enamoran

Aprovechemos el pasaje del joven rico para aclarar una confusión muy frecuente acerca de la santidad. Muchos creen que «santo», en la escala jerárquica de la bondad, es lo siguiente a «bueno». Por tanto, si ya es difícil ser bueno, ser santo es imposible.

Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?

Cuando Jesús enumera ante el joven los preceptos de la ley, el joven afirma que los ha cumplido. Hala, ya es bueno. Vamos ahora al siguiente escalón. ¿Qué me falta? Y Jesús le muestra el siguiente escalón:

Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme.

Pero ese escalón es demasiado alto para el joven, y decide conformarse con ser bueno.

Error.

Si el joven, en lugar de afirmar que ha cumplido la ley, hubiera confesado que no lograba cumplir ni un mandamiento, Jesús le hubiera invitado también a seguirlo. ¿Cuántos mandamientos cumplía Mateo al conocer a Jesús? ¿Cuántos cumplía el buen ladrón?

Porque «santo» no es lo siguiente a «bueno». Santo es enamorado. Y, os lo aseguro, hasta los malos se enamoran. Y el amor de Cristo los hace santos.

(TOI20L)

La zarza ardiente y la muerte de la marquesa

Me contaron una vez, en tono de broma, cómo había sido la muerte de la marquesa. Al final de una vida perfectamente rica, frívola y superficial, ya en su lecho de muerte llamó a los criados y les dijo: «Ha estado todo muy bien». Después se murió. Fuese, y no hubo nada.

Hoy habla el Señor de fuego, en plena calorina de agosto: He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Y yo he recordado a la zarza ardiente que vio Moisés. Ardía sin consumirse. El profeta no sabía que estaba ante el Crucifijo. De Él brotan llamas como esas lenguas de fuego que se posaron sobre los apóstoles en Pentecostés. Es fuego de Amor de Dios, fuego de Amor a los hombres…

Está cumplido (Jn 19,30).  No es, precisamente, la muerte de una marquesa que agradece los servicios prestados. Es la muerte de quien sabe que ha venido al mundo a cumplir una misión, y exhala su último aliento como quien dice: «Misión cumplida».

Y es que hay dos tipos de personas: Los que creen que han venido al mundo a divertirse, y los que saben que tienen una misión que cumplir.

(TOC20)

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