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Espiritualidad digital – Página 41 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

El verdadero banquete

Solemos referirnos a ella como la «parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón». Lo de Epulón nos lo hemos inventado, ese nombre no aparece en el Evangelio. Pero, como rima con «opulencia», bien está…

… O no. Yo quiero poner en cuestión todo el concepto. ¿Quién era, realmente, el pobre, y quién era el rico? Porque comer langostinos y beber Macallan, contra lo que muchos piensan, no es sinónimo de riqueza:

Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

He ahí el verdadero banquete, del cual el pobre Epulón no probó bocado (me temo que sus hermanos tampoco). La riqueza de Lázaro es Dios, son las Escrituras, es el favor del cielo. Y deberían ser, también, nuestras riquezas y nuestro banquete en esta Cuaresma.

Su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche (Sal 1, 2).

Y es que, a pesar las apariencias, no estamos llamados a pasar hambre en Cuaresma, sino a sentarnos a un banquete y saciarnos del mejor alimento, la mejor comida y la mejor bebida. Pasamos hambre en el cuerpo para saciar el alma. Que más vale cuerpo hambriento y alma saciada que cuerpo saciado y alma enflaquecida.

(TC02J)

La santa coma

La coma, en los santos, es muy importante. Por ejemplo: San Isidro, coma, labrador. O mi santo patrón: San Fernando, coma, rey. Y es que detrás de la coma está la clave de la santidad. San Isidro se santificó arando el campo para Cristo y san Fernando gobernando España para Dios.

La coma, en la solemnidad de san José, es crucial: San José, coma, esposo de la bienaventurada Virgen María. Porque José camina por el Evangelio de la mano de su santísima esposa. Hasta san Mateo, al hablarnos del joven patriarca, respeta la santa coma:

José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Y es que José amó a María con amor de joven enamorado, se turbó ante la noticia de su misteriosa gravidez, protegió, tras conocer en sueños su vocación, la virginidad de su esposa aun a costa de sus propias pasiones, y murió con ella a su lado. ¡Qué santidad más dulce!

De san José aprendemos a amar a la Virgen, pero también aprendemos silencio, vida interior, obediencia, humildad, castidad… y todo ello, sin abrir la boca. ¡Qué maravilla!

¡Bendito san José! Ningún santo acuñó, detrás de su santa coma, un tesoro más hermoso.

(1903)

El buen camino

Dice el salmo de la Misa: Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios (Sal 49, 23).

Porque hoy el evangelio muestra dos caminos: el de los fariseos y el de la Cruz.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas. Qué ridículos somos, ante los ángeles, cuando tomamos el camino de la apariencia y la vanidad. Nos plegamos a las expectativas de los hombres, queremos ser bien vistos por ellos, ser tenidos por buenos y ensalzados como «gente influyente»… Desde el cielo nos miran como se miraría a un niño pintándose un bigote y calzando los zapatos de papá. ¡Pobres de nosotros!

El primero entre vosotros será vuestro servidor. El primero entre nosotros, Aquél cuyo rostro resplandeció de gloria en el Tabor, pende ultrajado de una cruz y se tiende en el altar como alimento y ofrenda. Mientras tanto, nosotros seguimos queriendo caer bien y ser populares. Es decir, alejándonos de Él.

Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios (Sal 49, 23).

(TC02M)

La recompensa del cristiano

Desde que trato con monjas, he hecho mía esa forma tan suya de agradecer las cosas: «Dios se lo pague». Me gusta, es mucho mejor que decir «gracias». Porque «gracias» puede significar muchas cosas, o no significar nada. Pero «Dios se lo pague» es una oración elevada al cielo que pide la mejor recompensa.

No condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará. La segunda parte de cada mandato es una recompensa venida del cielo, un «Dios os lo pagará». Y conviene que lo sepamos, porque no vendrá de los hombres el salario, sino de Dios.

Si somos misericordiosos como Cristo; si no juzgamos ni condenamos; si perdonamos como Él perdona… aquí, en la tierra, nos juzgarán, nos condenarán y, probablemente, no nos lo perdonarán. Correremos la misma suerte que corrió Él.

Quizá la única excepción sea la última promesa. Dad y se os dará. Si, en esta tierra, damos, se nos dará… hasta en el carnet de identidad.

A cambio, será Dios quien nos dará esa medida generosa, colmada, remecida, rebosante, cuando se abra el costado de su Hijo y derrame la sangre y el agua sobre quienes están unidos a su Cruz.

(TC02L)

Un rostro, un monte, tres tiendas

El rostro de un recién nacido siempre dice «Dios». Pero, conforme crece, el rostro va diciendo Juan, Alberto, Yolanda o Macarena. El rostro es la ventana abierta al alma y el caño por el que se desborda el corazón. No todos saben leer los rostros; hay quienes nunca miran a la cara. Pero el rostro de una persona habla más que todas sus palabras. Hay rostros herméticos de muertos en vida, y rostros luminosos por los que escapan las claridades del espíritu.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro (Sal 28, 8-9). Buscamos un rostro, anhelamos la contemplación del rostro de Dios, porque ese rostro es la belleza suma.

Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió. Pedro, Santiago y Juan no querían bajar del Tabor. Aquella hermosura era el cielo en lo alto del monte.

Poco después, Pilato mostró al mundo un rostro lacerado y humillado. ¿Reconocerían en aquel rostro cubierto de esputos y ultrajes la misma belleza que contemplaron en el Tabor?

Si no apartas por asco la mirada, busca sus ojos y la reconocerás. Y entenderás por qué, en el Gólgota, hicieron tres tiendas María, Juan y Magdalena.

(TCC02)

Mirando a quién

Si ayer fue el pleitos tengas y los ganes, seguimos hoy con la sabiduría popular. Porque un refrán castellano dice: «Haz el bien y no mires a quién».

Podría pensarse que este refrán condensa la sabiduría del sermón de la Montaña: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Sin embargo, «haz el bien y no mires a quién» no es el mejor resumen de las palabras del Señor. Porque Él no se tapó los ojos para amarme, no me redimió sin mirarme a la cara.

Lo más sobrecogedor de la Pasión es que Cristo amó al enemigo con los ojos abiertos, mirándole de frente. Conocía toda la ponzoña acumulada en el corazón de Judas y, clavando en él sus ojos, le lavó los pies. «Sé quién eres» –le decía con la mirada–, «sé quién eres y te amo».

Conmigo –y contigo– ha hecho lo mismo. Ha conocido mi pecado y no ha sentido asco de mí. Me ha amado en mi miseria. Me ha hecho el bien mirando a quién.

(TC01S)

Pleitos tengas…

«Pleitos tengas, y los ganes», dice en España la sabiduría popular. Porque bastante castigo es el propio pleito. Mejor no tenerlo con nadie, y que nadie lo tenga contigo. Pero…

Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.

¿Quién te pone pleito a ti? ¿Te lo digo yo? Mira al Crucifijo. Cristo crucificado, clavado en el Madero por tus culpas, es quien te pone pleito. Él es la Víctima, Él ha sido herido por tus pecados, Él ha cargado con tus crímenes.

Una buena noticia: Aún vais de camino, aún hay tiempo. Reconcíliate con Él mientras sus brazos están abiertos para ti en esa Cruz. No esperes a que venga como juez.

Reconciliarte con Jesús crucificado es reconciliarte con tu cruz. O, mejor aún, cambiar de cruz. Porque estás en la cruz del mal ladrón: te quejas, te rebelas, le exiges al Señor que baje y te baje de la cruz. Cambia de cruz. Ve a la cruz del buen ladrón. Éste es el bueno, el malo soy yo. Jesús, acuérdate de mí… Ahora vas bien.

(TC01V)

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