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Espiritualidad digital – Página 31 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

La charlatana

De Madrid a mi casa hay cincuenta minutos en tren. Lo que dura un episodio de una serie de TV ¿Me creeréis si os digo que me he tragado un episodio entero de la vida y milagros de una mujer a quien no conocía? Me senté frente a ella en el vagón. Inmediatamente sacó el teléfono, comenzó a hablar, y no paró de hablar hasta que se apeó del tren sin soltar el móvil. Su pareja, su hija, sus enfermedades, su trabajo… ¡Lo sé todo de ella! Y hasta recé por quien estuviera al otro lado del teléfono, porque no pudo decir ni palabra. Mi compañera de viaje no paró de hablar ni para tomar aliento. He llegado a pensar que realmente hablaba sola.

De lo que rebosa el corazón habla la boca. Y con razón lo dice Jesús, porque estaba lleno de Dios y hablaba palabras de gracia. Pero quien está lleno de sí mismo sólo habla de sus cosas. ¡Ay de quien tenga que escucharlo!

Te sugiero un uso peculiar del teléfono para hacer una resonancia magnética de tu corazón: Graba un día tus conversaciones de la mañana a la noche, y escúchalas después… si te aguantas, claro.

(TOC08)

Lo que sabemos del infierno

Sabemos que el infierno existe. Además, si el infierno no existiera, Cristo no sería el Salvador. ¿De qué nos habría salvado? ¿de un dolor de cabeza?

Ahora bien: aparte de saber que existe, del infierno sabemos muy poco. Podemos presumir que algunos hombres –muchos o pocos– hayan caído en él, pero la Iglesia, que canoniza a los santos, nunca da a nadie por condenado. Por tanto, no tenemos ni idea acerca del número de los perdidos.

Sabemos algo más: quienes se hayan condenado, no ha sido a causa de sus crímenes. Quizá por eso quiso Jesús que un criminal lo acompañase al cielo desde la Cruz. Allí, en el Calvario, Cristo ha obtenido de su Padre el perdón de todas las culpas. El pecador no tiene más que acercarse a esa fuente de agua y sangre, derramada en los sacramentos de la Iglesia, para encontrar la salvación.

Quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Si algún hombre se ha condenado, es porque no ha querido recibir ese perdón. Por tanto, no ha sido por hacer el mal o por no hacer el bien, sino por haber rechazado el Amor. Es decir, el cielo.

(TOI07S)

Aunque nos cancelen

Le sucedió a Juan Bautista, y puede sucederte a ti. La fidelidad a la palabra de Dios puede salirte cara en este mundo. Al Bautista le costó la vida; a ti puede costarte el prestigio. Quizá no te maten, pero te cancelarán y te sacarán del terreno de juego para que nadie se fíe de ti.

Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Aquí tienes un ejemplo. Si el Hijo de Dios –quien no puede engañarse ni engañarnos– llama adulterio a la unión del divorciado con otra persona, entonces el nombre de esa unión es adulterio. El mundo lo llama «rehacer la vida»; Dios proclama que es perder el alma.

Con las palabras de Cristo no se puede jugar. Si Cristo dijo eso, y Cristo es Dios, adoptar el lenguaje del mundo supone negar al Señor. Y ser fiel a la palabra revelada nos llevará, con toda caridad, a decir a quienes viven en adulterio que deben renunciar a su pecado para intentar, al menos, vivir como hermanos si quieren salvarse. Aunque nos cancelen, aunque nos crucifiquen.

(TOI07V)

Salados al fuego

Es muy propio de cierta espiritualidad burguesa –tan de nuestros días– entregarse a largas oraciones y adoraciones repletas de lágrimas, cantos, bailes, luz y sonido, mientras se desprecian la mortificación, el ayuno, la penitencia y el esfuerzo ascético. El burgués cree haber encontrado la solución perfecta para tenerlo todo en este mundo y gustar también de los bienes espirituales. Pero lo cierto es que ese sucedáneo de cristianismo es una falsedad, porque no se puede alcanzar el cielo sin perder la tierra. Algunos deberían mirar más a la Cruz.

Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la «gehena». Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la «gehena».

Al reino de Dios siempre entra uno ciego, manco o cojo; al menos en esta vida. Porque no se goza de la verdadera vida espiritual si uno no mortifica primero la carne. Es imposible tener saciados, a la vez, cuerpo y alma; hay que elegir.

Todos serán salados al fuego. Y ese fuego se llama mortificación, ayuno y penitencia.

(TOI07J)

Medidas de acción rápida

Nos mata la prisa. Lo queremos todo arreglado ya mismo. Y, no nos engañemos, no es por un celo santo, sino por nuestra impaciencia, por nuestra incapacidad para convivir con la imperfección. Pero el resultado que obtenemos con nuestras «medidas de acción rápida», aunque pueda disfrazarse de solución, es mucho peor que el problema.

Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros. Cuando está en juego la libertad, a Jesús no le gustan las imposiciones ni las soluciones rápidas. A Simón, en Getsemaní, le reprendió por querer resolver el conflicto a golpe de espada.

No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. Ese hombre, por sí solo, acabaría siendo cristiano, o desnudo y apaleado como los hijos de Esceva, contra quienes, según nos cuentan los Hechos de los Apóstoles (cap. 19), se volvieron los propios demonios que intentaban expulsar. Todo dependería de si obraba rectamente o por egoísmo. Era cuestión de tiempo.

Y es que, para Jesús, lo importante no es cambiar las conductas, sino rendir los corazones. Y eso no lo logra la espada.

(TOI07X)

¿Por qué lo llaman «el de arriba»?

Algunas personas tienen, para hablar de Dios, un pudor terrible rayano en la vergüenza. Y, como no se atreven a decir «Dios», dicen «el de arriba». En algunos casos, ni siquiera dicen eso; te señalan al cielo con el dedo. «Yo se lo pido todo a…», se quedan sin palabras y miran a las nubes. Pobrecillos. Espero que a Dios no le suceda lo mismo con ellos y les llame «el de abajo».

Lo peor es que van muy atrasados de noticias. Porque, desde que se hizo hombre, Dios dejó de ser «el de arriba». El de arriba es el vecino que te da la tabarra con el home cinema cuando quieres dormir. Dios, nacido en Belén y muerto en Cruz, es «el de abajo».

Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Tiene mucha importancia. Si quieres acercarte a Dios, no debes ascender, sino descender. Debes emprender el mismo camino de abajamiento que emprendió Él, e irte convirtiendo en el siervo de todos, en el último de los hombres. Entonces, cuando llegues al fondo de esa escalera, encontrarás a Dios, abiertos sus brazos en la Cruz para acogerte. «El de abajo».

(TOI07M)

Creo pero no creo pero quiero creer

¿Tú sabes cuánta fe tienes? Yo no lo sé. Sé que tengo fe, si no tuviera fe habría dedicado mi vida a otra cosa, y no estaría ahora escribiendo estas líneas. Pero ¿cuánta fe tengo? Y ¿cómo se mide la fe? Lo desconozco. Desde luego, quisiera tener más fe; ese deseo me duele, me taladra por dentro cada día. Por eso entiendo el drama del padre del muchacho epiléptico, y de tantos como él, como tú y como yo.

Creo, pero ayuda mi falta de fe.

Es como decir: «Creo pero no creo, pero quiero creer». Dicho de otro modo: «Me fío de ti, pero no me lo creo, pero ayúdame a creerlo». Todo un drama interior.

Nos conforta saber que a Jesús le bastó ese poquito, esa fe como un grano de mostaza, para obrar el milagro.

Por eso, si, según lees estas líneas, te sientes identificado con aquel hombre, llénate de esperanza. Aunque te duela tu falta de fe, recoge esa poca que tienes y fíate. Fíate de Cristo, fíate de la Iglesia y deja que allí te alimente y te sane el Señor. Seguirás sin saber cuánta fe tienes, pero –te lo aseguro– cada día creerás más.

(TOP07L)

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