La Resurrección del Señor

2 marzo, 2024 – Espiritualidad digital

El grito del Hijo de Dios

No puedo evitar, cada vez que encuentro el pasaje en que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, acordarme de la reacción que tuvo un buen amigo tras un ataque de cólera. «¡Bueno! –dijo– ¡Al fin y al cabo, también Cristo perdió los papeles en el templo!».

Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús nunca perdió los papeles. Su reacción fue un gesto profético perfectamente medido y calculado. En todo momento supo lo que hacía y fue señor de sí. Fíjate cómo, al llegar a las palomas, guarda el látigo y pide de palabra que se las lleven. No azotaría Cristo a la paloma.

¿No te das cuenta de que Jesús está gritando? Te grita que eres templo, casa de Dios, y que sin embargo mercadeas con el pecado. Te grita que, para expulsar esos pecados, tendrás que usar la violencia contra ti mismo. Te pregunta, en definitiva, si realmente estás luchando en este santo combate cuaresmal.

(TCB03)

La Trinidad y el hijo pródigo

En la parábola del hijo pródigo nos es fácil ver el rostro de Dios Padre, representado en aquel hombre que perdonó el pecado de su hijo. También nos es fácil reconocernos en uno de los dos hijos. Pero ¿dónde está el propio Cristo en esta parábola? Te lo diré:

Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete. Cristo es el ternero, el que es sacrificado para que el pecador reciba el perdón; el que, una vez sacrificado, es ofrecido en alimento de acción de gracias (de Eucaristía). Como aquel carnero que entregó Dios a Abrahán para que lo sacrificara en lugar de su hijo, así Cristo fue entregado para que tú y yo recibiéramos el perdón.

El hijo mayor no entendió la misericordia del padre. Creyó que aquella misericordia cancelaba la justicia, que la deuda de su hermano no estaba saldada. Había escuchado la música, pero no se había fijado en el ternero.

Y, si ahora me preguntas dónde está el Espíritu, también te lo diré: En la túnica. Es la túnica del recién bautizado, revestido ya de gracia.

(TC02S)

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