La Resurrección del Señor

17 junio, 2023 – Espiritualidad digital

Entonces seréis cristianos

Me preocupa la mirada de indignación que muchos supuestos cristianos dirigen hacia el mundo. Ven a las gentes seducidas por las ideologías de moda, alejadas de Dios y de la Iglesia, y parecen exclamar: «¡Qué vergüenza! ¡Hasta dónde vamos a llegar!».

A mí me avergüenzan ellos. Porque esa indignación les hace protegerse del mundo, encerrarse en sus familias, enclaustrarse en parroquias y ambientes «piadosos» y creer que van a salvarse por haber pasado horas y horas rodeados de incienso y agua bendita mientras los hombres se pierden.

Pero el verdadero cristianismo consiste en mirar por los ojos de Cristo. Y Cristo, que se indignó ante la hipocresía de los fariseos, sin embargo, al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».

Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis. Dejad de quejaros, albergad en vuestros corazones la compasión del buen Pastor, amad a los hombres perdidos, salid de vuestras casas y vuestros templos, llevad el Amor de Dios a quienes no lo conocen. Entonces seréis cristianos.

(TOA11)

La sombra en la morada de la luz

La Iglesia celebra, el sábado siguiente a la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús, la memoria del inmaculado Corazón de María. Libre de toda mácula de pecado, es el divino receptáculo donde se embalsan los sentimientos del corazón de su hijo. Son aguas limpias, dulces, que beben los pequeños al alimentarse del pecho materno.

Que no haya sombra de pecado en el Corazón de María no significa que estuviera libre del zarpazo de la muerte. Como su Hijo, la Virgen padeció dolores y angustias, pero esas angustias no fueron provocadas por el egoísmo, sino por las tinieblas de la Cruz, cuya sombra se cernió sobre María desde el principio. Son angustias santas.

Tu padre y yo te buscábamos angustiados. Durante tres días, preludio de otros tres que llegarían después, el Corazón de María se cubrió de tinieblas. Había perdido la luz, había desaparecido el Niño, y lloraba por dentro anticipando el grito desgarrador del Calvario: «Hijo mío, Hijo mío, ¿por qué me has abandonado?». Cuando, pasados esos tres días, volvió la luz, ella, que conservaba todo esto en su corazón, aprendió una lección que la iluminaría, como una lámpara, durante el Sábado Santo: jamás perdería a su Hijo para siempre.

(ICM)

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