Se me acercó una mujer y me pidió: «Padre, rece por mi marido, que está muy enfermo, al borde de la muerte». Le respondí: «Claro que rezaré. ¿Quieres que vaya a confesarle y a administrarle la santa unción?». Me dijo: «No, padre, que me lo asusta. Sólo rece por él».
Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.
Si le hubiese dicho: «Ve nueve días seguidos a Misa, y tu marido se curará», lo habría cumplido sin dudarlo. Pero habría ido a Misa para obtener un milagro, no para obtener vida eterna.
Han pasado dos mil años desde que Cristo vino al mundo, y hay algo que aún no hemos entendido: El Hijo de Dios no se ha encarnado para solucionar los problemas de nuestra vida temporal, sino para que tengamos vida eterna. Él mismo quiso padecer la enfermedad y la muerte para que nosotros recibamos la gracia del cielo.
No digo que no pidáis milagros. Pedidlos, yo también los pido. Y Dios hará lo que más convenga. Pero, sobre todo, trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna. Los milagros pasan, la vida eterna no.
(TOB18)