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Espiritualidad digital – Página 33 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Hijos de Dios y ovejas de Cristo

Se dice, en ocasiones, con demasiada ligereza que todos somos hijos de Dios. No es verdad, al menos no en el sentido fuerte de la expresión. La Creación entera puede ser llamada hija de Dios, por cuanto salió de sus manos. Igual podemos decir que don Quijote es hijo de Cervantes. Pero Cervantes lo escribió, no lo parió. En cuanto a los hijos de Dios, Dios sólo tiene un Hijo, su Unigénito. Y sólo puede un mortal llamarse hijo de Dios en sentido fuerte si es uno con ese Hijo. Es decir, si vive en gracia y de la gracia. Si es otro Cristo, el mismo Cristo.

Vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Por el mismo motivo, tampoco todos los hombres son ovejas del Buen Pastor. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Es oveja de Cristo quien escucha su palabra. Quien, en la oración, se deja conocer y sondear por Él. Quien lo sigue, y procura pisar sobre las huellas de ese Pastor. Quien, en los sacramentos, recibe vida eterna.

En definitiva, es oveja de Cristo quien se pone rendidamente en sus manos.

(TP04M)

El que nos saca fuera

Desde que fui trasladado de parroquia, gran parte de mi tiempo se lo lleva el tanatorio. Está frente a la iglesia, y traen aquí a difuntos de todo Madrid, qué le vamos a hacer. Hay días en que tengo hasta tres entierros. Eso me ha hecho vivir de otra manera; hablo mucho de la muerte, la tengo siempre delante. No es malo, es bueno. Me llega mucha luz.

Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Creo que la vida es esto: estamos dentro, Jesús entra dentro, nos llama y nos saca fuera. Hay que ver de nuevo el episodio de Barrio Sésamo, distinguir entre dentro y fuera.

Estamos dentro, atrapados en la muerte. Nos engañamos pensando que, hasta que llegue, somos libres, pero ella está con nosotros desde que nacemos, es nuestro carcelero. Entonces llega Jesús, entra en la muerte y nos llama por nuestro nombre. Nos encamina junto a Él a la puerta de la Cruz, la cruza, la deja abierta y nos saca fuera, a la Luz, a la Vida. No morimos, nacemos.

(TP04L)

El pastor y los mercenarios

Me pregunto qué puede decirle la alegoría del buen pastor a un occidental del siglo XXI. Muchos de nuestros contemporáneos urbanitas no han visto una oveja en su vida. Y, si la vieran, empezarían a toquetearla buscando un teclado o un puerto usb.

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna.

Para empezar, creo que, ante estas palabras, el occidental medio de nuestro siglo se sentiría denigrado e insultado por el hecho de ser comparado con una oveja. Por muy animalistas que nos hayamos vuelto, sigue sin gustarnos que se nos llame borregos.

Y, sin embargo, ese mismo hombre está siendo pastoreado. Precisamente por el animalismo, y el feminismo, y el ecologismo, y el wokismo, y el veganismo y todos los ismos que, como silbidos de mercenario, abducen la voluntad de los occidentales desde las pantallas. Qué paradoja.

Con todo, hay un Pastor. Y es Cristo. Es el único entre los pastores que me ama, el único que quiere mi bien, el único que me da vida eterna, el único que no me engaña ni me anula, sino que me hace hijo de Dios.

Ojalá distingáis sus silbidos.

(TPC04)

Mil y un sitios a los que no irás

La respuesta de Pedro a Jesús es conmovedora. No la piensa, la dispara o, mejor, se le dispara, se le escapa del corazón y brota a borbotones:

– ¿También vosotros queréis marcharos? – Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

¿A quién vamos a acudir? Yo te lo digo, Simón. Si no hubieras conocido a Cristo, a mil y un sitios: al fútbol, al campo, a la playa, al parque, al trabajo, al bar, al cine… ¡Mira que no es grande y hermoso el mundo, tienes dónde elegir!

Pero, una vez que has conocido y amado a Cristo, si lo pierdes, no habrá lugar en la tierra capaz de recoger tu tristeza. Todo se te volverá muerte. Mira cómo llora María Magdalena junto al sepulcro, pensando que lo ha perdido. Ya no quiere ir a ningún sitio, no quiere vivir si Cristo no está a su lado. Y mírate a ti mismo, durante esos días en que pensaste que, por tu triple traición, lo habías perdido.

¡Qué ciertas son tus palabras, Simón! A mí me sucede lo mismo. Tengo mil y un sitios a donde ir, porque voy con Él. Pero, si lo perdiese, moriría de tristeza.

(TP03S)

Dos en uno

¿Qué es la intimidad? Es el espacio habilitado para el secreto, el lugar cerrado donde nacen las confidencias, el reservado donde caen los velos porque nadie mira.

Dos que se aman, cuando están en intimidad, se miran y pronuncian en voz baja palabras que no dirían si supieran que los escuchan. Lo hacen porque están el uno frente al otro, cara a cara, y a solas.

Pero ¿puede alcanzarse una intimidad mayor? Mayor que la del uno frente al otro y a solas…

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Cuando comulgo, y la carne de Cristo se une a la mía para formar un solo cuerpo, su Espíritu entra en mi alma y se queda allí a vivir. Y mi alma se introduce en la llaga del costado, se refugia allí como el ermitaño en su gruta, y decide habitar en esa cueva sin jamás salir.

Entonces no estamos frente a frente. Él está en mí, y yo estoy en Él. Él es mi invasor y yo lo he conquistado. Ya no hacen falta palabras. Es un tacto suave. Y esas confidencias jamás podrían los labios expresarlas. Dos en uno.

(TP03V)

La voz del Padre en mi interior

Me parecen palabras misteriosas. Pero su misterio me sobrecoge como un abismo de luz: Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Todo el que escucha al Padre, y aprende, viene a mí.

¿Y cómo se escucha al Padre? Tengo que entrar en lo más profundo de mí mismo, necesito silencio: Oigo en mi corazón: buscad mi rostro (Sal 26, 8).

Descubro en mi corazón un hambre y una sed insaciables. Si intento calmarlas con los consuelos de este mundo, al punto de probarlos me embriagan, pero después quedo insatisfecho y vacío. Ni el dinero, ni el poder, ni el afecto de las criaturas, ni los placeres de la carne pueden apagar esa hambre y esa sed. Aunque tomase el mundo entero y me lo tragase, al poco tiempo estaría de nuevo hambriento y sediento.

Pero si dejo de comportarme como un necio y decido no calmarlas, esa hambre y esa sed son la voz del Padre dentro de mí. Él las alumbró. Y Él mismo, el Padre, a través de esa hambre y esa sed me está diciendo: «Buscad mi rostro». Sólo Cristo, el rostro de Dios encarnado, puede saciar mi corazón.

(TP03J)

No es bastante

Soy hijo de Dios. Por mí mismo nada puedo. Pero me enseñaron que un hijo de Dios puede pedir la luna si le place. Sin embargo, a mí la luna no me basta. ¿Para qué la quiero? No tengo dónde guardarla. Yo quiero más.

Cristo ha resucitado corporalmente, ha invitado a los suyos a palparlo, ha comido y bebido con ellos… Yo quiero eso.

Yo lo resucitaré en el último día. Ahora me alimento cada día con el pan de vida. Y es maravilloso, dulce como la miel al paladar del alma. Pero no es bastante.

Ahora tengo vida eterna, gozo las delicias del cielo en lo más profundo de mi ser. Pero no es bastante.

Cuando muera, mi alma, libre ya de las ataduras de esta vida y de las pruebas y dolores de la muerte, volará hacia Dios y habitará en Él. Pero no es bastante.

Sólo cuando llegue ese «último día», cuando vuelva el Señor entre las nubes del cielo, cuando mi pobre cuerpo resucite y yo recupere mis ojos, mis brazos y mis labios, ya glorificados; cuando pueda mirar los ojos de Jesús, cuando pueda abrazarlo y besar las mejillas de María… sólo entonces será bastante.

(TP03X)

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