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Espiritualidad digital – Página 2 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Navidades sin Dios

Son muchos quienes, como tantos años, vivirán una Navidad sin Dios. Compras, comida y familia. Muchas compras, mucha comida, y la dosis irremediable de familia. – ¿Qué tal las navidades? – Tranquilitos, en familia. – ¿Tranquilitos, o en familia? De Dios, de Jesús, de José, de María… ni rastro.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Son navidades tristes, por mucho que las adornen. Sin Dios, todo es triste. Y estas personas no tendrán noticia de la venida del Señor, salvo que seamos nosotros quienes los acerquemos al Misterio. ¿Cómo hacerlo?

Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. No hables de «fiestas», habla de Navidad. Y en esos wasaps que ahora sustituyen a los crismas de siempre, procura que aparezca la Sagrada Familia. Pero, sobre todo, trata de acercarles, con tu vida, esa Navidad que muchos no celebran.

Por eso el Adviento debe ser tiempo de recogimiento, de silencio y de preparación interior. No sólo para que tú recibas a Cristo, sino para que, en medio del mundo, seas otro Cristo recién nacido, que se acerca a los heridos, extenuados y abandonados como ovejas sin pastor.

(TA01S)

“Misterios de Navidad

Ciegos que gritan y cristianos que callan

Jesús: a veces pides… ¡unas cosas! Si no fueras Dios, incluso te diría que parece una petición ridícula, imposible de cumplir.

¡Cuidado con que lo sepa alguien!

Pero ¿cómo no va a saberse? Dos ciegos vuelven a casa con vista, ¿y quieres que no se entere nadie? Pero ¡si ni siquiera ellos podían callarse! Al salir, hablaron de él por toda la comarca. Y, aunque no hubieran hablado, ¿qué crees que iba a pensar la gente cuando vieran que aquellos hombres ya no tropezaban con las piedras y eran capaces de coger el tarro de las galletas de la segunda balda del armario de la cocina sin tirarlo todo? ¿Cómo no iba a enterarse todo el mundo?

Eso que le pediste al ciego lo hacemos nosotros. Muchos cristianos sí que tienen cuidado de que nadie sepa que te aman, que van a misa y que rezan. Les da vergüenza, no quieren señalarse, no vaya a ser que los cancelen. Pero, qué paradoja, a nosotros nos has dicho: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (Mc 16, 15).

Ojalá nuestro apostolado fuera como el de los ciegos. Y la gente, al tratar con nosotros, dijera: «Éste ha visto a Dios».

(TA01V)

“Misterios de Navidad

La Roca perpetua

Hay quienes hacen depender su alegría de que todo vaya bien. Cuando todos los problemas se resuelvan, estaré bien.

Pobrecitos.

Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa, y se derrumbó. Así es la vida. La tormenta permanente. No quisiera amargarte la «fiesta» pero, por si no te has dado cuenta, cuando ese problema se resuelva, aparecerá otro igual o mayor. Y, cuando se haya resuelto, estarás viejo y aparecerán los problemas hospitalarios. Y luego, bueno, ya sabes… Puedes esperar a alegrarte en el cielo, o buscar el modo de vivir feliz aquí y no amargar la vida a los demás con tus quejas.

Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. La diferencia entre las dos casas no es que una sufra las tormentas y la otra no, sino que una está cimentada sobre roca. El cristiano tiene los mismos problemas que todo el mundo, pero su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti (Is 26, 3). El Señor es la Roca perpetua (v. 4) sobre la que está cimentada su vida.

(TA01J)

“Misterios de Navidad

Un velo finísimo

«Beati qui ad coenam agni vocati sunt». Perdón por el latinajo, pero es el texto latino original de la frase que hemos traducido como «dichosos los invitados a la cena del Señor». La traducción literal no es ésa, sino «bienaventurados los llamados al banquete de bodas del cordero».

Porque la Eucaristía es el banquete celeste. Por eso Cristo da a sus sacerdotes el pan de vida, del mismo modo que, al multiplicar los panes, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.

Si la Eucaristía es el cielo, y nosotros, al participar en ella, estamos en la tierra, ¿qué nos separa, en ese momento, de la plena posesión del Paraíso?

Te lo diré: nos separa un velo muy fino, finísimo. Es la apariencia de pan y vino tras la que el Cordero se oculta. Tan cerca estamos, que es como si Cristo nos acariciase a través de esa cortina. Percibimos la caricia y nos hace estremecer, pero no sentimos su tacto.

Y arrancará en este monte el velo (Is 25, 7). Cuando el Señor vuelva, ese velo se rasgará, y Él mismo enjugará las lágrimas de todos los rostros (v. 8).

Marana Tah!

(TA01X)

“Misterios de Navidad

La verdadera sabiduría

Me gusta mucho la película «El hombre que no quería ser santo» (Edward Dmytryk, 1962), protagonizada por un inconmensurable Maximilian Schell. Cuenta la historia de san José de Copertino, un santo franciscano prácticamente analfabeto a quien Dios confió una sabiduría que lo elevaba sobre todos los teólogos. Lo de que «lo elevaba» es casi literal. Este hombre levitaba al celebrar la Misa. Es el patrono de la aviación. En serio. Ved la película. Si la encontráis.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Podríamos citar también a santa Catalina de Siena, o a Francisca Javiera del Valle, o a muchos otros.

Porque, al final, no es cuestión de quién sabe más o está más capacitado, sino de a quién le cuenta Dios sus secretos. Y se los cuenta a los pequeños, a quienes el mundo tiene en nada.

Debéis leer y estudiar. Pero la verdadera ciencia, la de Dios, no se alcanza, se recibe. Y se ha de recibir con gratitud, porque, cuando Dios te habla al oído, su sabiduría llena el alma como las aguas colman el mar.

(TA01M)

El místico con espada

Hay mucha gente que no sabe lo que hace; unos para mal, otros para bien. Algunos pecan sin saber que están partiéndole el corazón de tristeza a Dios. Otros hablan con sencillez sin saber que hablan palabras de Dios. El centurión del evangelio de hoy es uno de ellos. Al hablar con Jesús, no supo que estaba dando voz al diálogo entre el Señor y la Humanidad herida.

Voy yo a curarlo, le dice Jesús ante la noticia de la enfermedad del criado. Y llena el aire el eco de una conversación mantenida sin palabras en el seno de la Trinidad. Miran el Hijo y el Padre al hombre, sumido en la muerte y el pecado. Y, movido por el Espíritu –el Amor– dice el Hijo: Voy yo a curarlo. Vendrá el Señor a sanar las heridas de los hijos de Adán. Debería llenarme de alegría, pues tan herido estoy.

No soy digno de que entres bajo mi techo, responde el centurión. ¿Cómo un hombre será digno de recibir a Dios, si nadie puede ver a Dios sin morir?

Basta que lo digas de palabra. Y la Palabra se hizo carne.

Ese centurión era un místico. Y no lo sabía.

(TA01L)

¿Estamos preparados?

Ayer terminaba el tiempo ordinario con una exhortación: Estad preparados. Y comienza hoy el Adviento con la misma advertencia: Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

Ya lo he escrito en alguna otra ocasión: Creo que la hora en que menos pensemos es ésta. En Occidente ya nadie piensa, vivimos bajo una nube espesa de sentimentalismo tóxico que ha anulado nuestros cerebros y nos ha puesto en manos de quienes controlan las emociones. Por eso pienso que el Señor debería estar al llegar.

¿Estamos preparados?

Para mucha gente, el comienzo del Adviento es una invitación a mirar hacia delante en el calendario, al 25 de diciembre, e ir encendiendo las luces navideñas. Pero se equivocan. Nada apunta, en la liturgia de hoy, al 25 de diciembre; ese anuncio llegará más tarde. Ahora no se nos invita a mirar hacia delante, sino hacia arriba. De lo alto vendrá el Señor.

Deberíamos estar recogidos, vueltos los ojos hacia el cielo, subidos al Monte Sion, ese lugar del centro del alma donde casi se toca a Dios. Allí, en oración permanente, debemos esperar a Cristo, que viene por encima de las tinieblas del mundo.

(TAA01)

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