La santidad se bebe

Al comienzo del sermón de la Montaña, Jesús proclama bienaventurados a quienes tienen hambre y sed de la justicia (Mt 5, 6). Pero no se refiere a quienes reclaman que se haga justicia con ellos, sino a quienes anhelan ser justificados, es decir, hechos justos por Dios.

Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Para entrar en el reino de los cielos se requiere algo más que el cumplimiento estricto de la Ley. En el cielo sólo entran los santos. Y santo sólo hay uno: Cristo. «Sólo Tú eres santo; sólo Tú, Señor; sólo Tú, altísimo Jesucristo».

Afortunadamente, también decimos en la plegaria Eucarística: «Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad». La santidad no se conquista, la santidad se bebe en su misma fuente, que es el costado de Cristo. El santo aplica sus labios a esa llaga, y de tal modo se llena del agua del Espíritu que es convertido, por Él, en otro Cristo.

Así pues, a quienes tienen hambre y sed de la justicia les dice el Señor: El que tenga sed, que venga a mí y beba (Jn 7, 37).

(TOI10J)