Apóstoles, sí. Pesados, no

«Padre, a este amigo le he hablado de Dios, le he animado a rezar y a confesarse… pero no quiere. ¿Qué hago?». Dejarlo en paz. No es tiempo de hablarle de Dios a tu amigo, sino de hablarle de tu amigo a Dios. Un apóstol no puede convertirse en un pesado con escapulario.

Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies. No te está invitando el Señor a despreciar a quien no quiere acogerle, sino a respetar su libertad, aunque te cueste lágrimas (ojalá te las cueste). Si ya le hablaste de Cristo una vez, y lo rechazó, la semilla ha quedado sembrada. Reza y espera.

«Cuando veía a tu mujer rezando el rosario en el tren, me parecía ridícula. Ahora voy yo rezando el rosario en el tren». Esto se lo dijo a un hombre otro a quien no veía desde hacía años. Su mujer y él le hablaron de Dios, pero él no escuchó. Luego sus caminos se separaron y, años después, comprueban que aquella semilla germinó.

No insistas a quien no quiere escuchar… pero nunca des un alma por perdida.

(TOI14J)