Es llamativo el modo en que, cuando alguien muere, nos apresuramos a echarle la culpa: Fumaba mucho, estaba muy gordo, no hacía deporte, no se cuidaba… Leña al mono. Encima de muerto, irresponsable. Pero, en fin, así creemos que nos quitamos la muerte de encima. Pobres de nosotros.
Lo mismo sucedía a quienes traían a Jesús la noticia de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Algo malo habrían hecho. Y Jesús les pregunta: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto?
Os digo que no. Aquellos hombres no eran más pecadores que los demás. Y Pilato hizo con ellos lo que hace la vida con nosotros, porque la sangre del hombre siempre se vierte con la de los sacrificios que ofrece. Quien pasa la vida ofreciendo sacrificios al dinero muere inmolado en el altar de las riquezas. Y lo mismo sucede con la lujuria, la soberbia, y los demás ídolos.
Pero quien participa a diario del Sacrificio Eucarístico acaba mezclando su sangre con la de Cristo, y la ofrenda de su vida con la del Calvario. Sólo ése vencerá a la muerte y vivirá.
(TOI29S)











