Un intercambio de cruces

No se puede negar que, a primera vista, las palabras del Señor desconciertan:

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Eso de que te inviten a descansar poniéndote una carga encima no se entiende a la primera. Imagina que te digo: «Ven, coge este piano de cola, cárgatelo a la espalda, y verás qué alivio»…

Pero lo cierto es que hay dolores que cansan y dolores que descansan. Cuando sufres a causa de tu egoísmo, y refunfuñas porque las cosas no salen a tu gusto, porque los demás no hacen lo que tú quieres, o porque tus esfuerzos han terminado en fracaso, te cansas tremendamente. No encuentras sentido a ese dolor, te parece que la vida es injusta contigo o que Dios no te quiere… y eso te hunde.

Sin embargo, cuando entregas esa pequeña cruz tuya al Señor y cargas con la suya, compartes sus dolores por las almas y te introduces en sus llagas, descubres que el Madero es lecho de descanso y tálamo nupcial, y descansas. Antes sufrías solo; ahora sufres abrazado a Él, y Él te consuela. Es el gran alivio.

(TOI15J)