Es verdad. Esa persona te hizo daño. Te trató mal, fue injusta contigo. Pero lo que te cuesta entender es que es mucho mayor el daño que te estás haciendo a ti mismo con ese rencor. La mirada de ira, casi de furia, que diriges a esa persona te está matando por dentro.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Aprende del Señor. Siempre es mejor una mirada de lástima que una de condena. Así nos mira Cristo desde la Cruz, con lástima. Y no nos condena, sino que se ofrece por nosotros y nos salva.
Mientras no veamos claramente la maldad –y casi nunca la vemos–, mejor digamos: «¡Pobrecillos!». Los hombres no ven a Dios, andan como ovejas sin pastor, extenuados y abandonados. Intentan redimirse a sí mismos y acaban heridos e insatisfechos. La verdad es que damos mucha pena.
A Dios se la damos. Yo no digo que Dios no se enfade; digo que nunca lo he visto enfadado, sino apenado. Por eso viene a mostrarnos el Camino: Cristo. También a ti, que estás tan herido. Serás sanado y llevado a casa. Anda, apacíguate.
(TA01S)