Quien tiene hambre busca el alimento, quien tiene sed busca la bebida, y no descansa hasta que encuentra lo que busca. Jajaja, perdonad los más jóvenes, pero me he acordado del «Carpanta» de mi niñez, y de todas las tretas que ideaba para conseguir –al final– un pollo asado. Pero, cuando conseguía el pollo, la historieta se acababa y descansaba el «héroe», porque ya podía, al fin, saciar su hambre. Y es que, al contrario de lo que le sucede al hambriento, el satisfecho se siente inclinado al descanso. Nada como una buena siesta tras una buena comida.
El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás. Así vemos a san Juan, durante la Última Cena, reclinando la cabeza en el pecho del Maestro; descansaba en Cristo. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y encontraréis descanso para vuestras almas (Mt 11, 28.29). Y cuando, ya resucitado, Jesús se aparece en el Lago a los suyos, los hace descansar comiendo con Él.
Jesús es tu Pan. Es tu orilla. Es tu descanso. Cuando comulgues, no digas nada; sólo cierra los ojos y reposa en Él. Estás en casa.
(TP03X)