Las conversaciones más amorosas entre el hombre y Dios no están hechas de palabras, sino de silencios. Por eso dice Jesús que cuando recéis, no uséis muchas palabras; no hacen falta. Pero el Padrenuestro se compone de palabras, palabras santas, y he imaginado (¡cosas mías!) una respuesta del Padre a esas santas palabras pronunciadas por el hijo. Aquí te la dejo, por si te ayuda a rezar:
«Hijo mío, que aún vives desterrado en la tierra, yo me haré santo dentro de ti y te santificaré con mi Espíritu. Ese Espíritu convertirá tu alma en reino mío. Por tu docilidad, mi voluntad se cumplirá en ti, y así vivirás en la tierra como quien vive en el cielo. Te alimentaré cada día con el Pan de vida. Perdonaré tus pecados, y ablandaré tu corazón para hacerlo capaz de perdonar a quien te ofende. Permitiré la tentación, que te probará y te hará temblar; pero, si te mantienes en oración, no permitiré que caigas en ella. Permitiré en tu vida el sufrimiento, para que lleves el amor hasta el extremo, pero te libraré del verdadero mal, que es el pecado. Yo soy tu Dios. Confía en esta promesa que te hago».
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