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Espiritualidad digital – Página 9 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

¡Qué poca imaginación!

¡Qué distinta hubiera podido ser la historia! Imaginad que Herodes, al escuchar la predicación de Juan, hubiera recapacitado sobre su unión ilegítima con Herodías. Imaginad que hubiese hablado con ella y que hubiese recapacitado también. Imaginad que ambos, junto con Salomé, se hubieran dejado bautizar por Juan y hubieran emprendido una vida nueva como discípulos de Cristo, a quien Juan anunciaba. Bueno, no imaginéis más, que os va a explotar el cerebro. Además, no hace falta. De haber sucedido eso, los tres se habrían salvado, quizá fueran santos. Porque a esa santidad, y a la vida eterna, lleva el camino de Cristo.

Si la imaginación obrara el milagro… pero no lo obra. El milagro lo obra Dios con el permiso del hombre. Y Herodes no se lo dio. Prefirió tomar el camino del pecado, que es como una pendiente inclinada hacia abajo que acaba en el abismo. Mientras desciendes, te gusta el vértigo. Hasta que te estrellas, y lo pierdes todo. De la lujuria pasó a la ebriedad. Y de allí al homicidio. Años más tarde, tuvo delante a Jesús y, en lugar de arrepentirse, lo ultrajó. Como cuando el moribundo expulsa al sacerdote de la habitación.

¡Qué poca imaginación!

(TOI17S)

El martirio conyugal

En ocasiones, los sacerdotes tenemos que sufrir a maridos celosos. No me interpretéis mal, que también encontramos mujeres celosas. No están celosos de nosotros, sino de Dios. Pero ¿con quién van a emprenderla? Con el cura, naturalmente.

«Antes de que mi esposa se convirtiera, yo era dios para ella. Ahora tiene otro dios». Me lo dijo un marido celoso, casi me sacude. Quiso el Señor que, al poco tiempo, también él se convirtiera.

Pero no siempre es así. En ocasiones, hay personas casadas que, al convertirse, tienen que sufrir la ira de sus cónyuges mucho más de lo que la sufre el sacerdote. Es un martirio conyugal que, si se sobrelleva con paciencia, puede redimir al cónyuge airado. El marido de quien hablé en el párrafo anterior costó muchas noches de vigilia y oración a su esposa.

Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Es una paradoja terrible. Quien abre sus brazos para acoger y salvar a los hombres sirve a muchos, sin embargo, de piedra de escándalo. Os sucederá también a vosotros, casados y no casados. Unos serán salvados por vuestro ejemplo; otros, por vuestra paciencia. Y todos, si Dios quiere, por vuestra oración.

(TOI17V)

La secreta esperanza de la Iglesia

Espera y esperanza son distintas. No es lo mismo esperar al autobús que esperar en el Señor. Cuando esperas al autobús no paras de mirar el reloj, porque llega tarde y te hará llegar tarde a ti. Es un sufrimiento esperar al autobús. Cuando esperas en el Señor, sin embargo, tienes paz, porque sabes que, aunque todo parezca ir mal, todo acabará bien. Te lo ha prometido el Señor y te fías de Él.

Cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.

Como en la parábola del trigo y la cizaña, el bien y el mal caminan juntos. Hasta que llega la siega, hasta que el barco alcanza la orilla, hasta que llega el juicio de Dios. Nunca antes, porque, en el camino, el trigo redime a la cizaña y los peces buenos redimen a los malos. Cristo es el pez bueno y el grano de trigo.

No pidas justicia divina en esta vida, no te precipites, que quedan almas que salvar. Es tiempo de misericordia, no de juicio. Llegará el juicio y, para entonces, ojalá no queden peces malos ni cizaña. Ojalá todos se hayan convertido.

(TOI17J)

El tesoro escondido y el joven rico

La parábola del tesoro escondido en el campo expresa a la perfección lo que el joven rico no quiso entender:

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

 ¿Acaso no se refería a eso Jesús cuando dijo al joven: Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme (Mc 10, 21)?

Claro que se refería a eso. Para nosotros, el campo es el alma, porque en el alma en gracia mora Cristo. La alegría del que encuentra el tesoro es la alegría que Cristo esparce en el alma como un perfume de cielo, y que nadie nos puede arrebatar. Y vendemos cuanto tenemos para comprar el campo, no cuando plantamos un mercadillo en la puerta de casa y sacamos dinero para los pobres vendiendo hasta los calcetines, sino cuando, simplemente, nos dejamos comer por los demás.

Mientras el prójimo nos quita la vida, sonreímos porque hemos ganado el alma, y en ella está bien guardado nuestro único tesoro: Cristo.

(TOI17X)

Quisiera ser Betania

esa vozA mí no me gusta sufrir. Y espero que a ti tampoco, porque, si te gusta sufrir, igual tienes que visitar a algún especialista. A mí me gusta celebrar Misa, me gusta rezar, me gusta cenar tranquilo viendo una serie de televisión, me gusta el buen cine, me gusta leer… Todo eso me descansa. Pero sufrir me quita la vida, cómo va a gustarme. Si hay que sufrir, me abrazo al Crucifijo y ahí me las den todas, que hay mucho Amor en esa Cruz. Pero gustarme, lo que se dice gustarme…

A Jesús, que era perfecto hombre, tampoco le gustaba sufrir. Le gustaba, por ejemplo, ir a Betania, a casa de Marta, María y Lázaro. Allí hablaba del Padre entre amigos, allí comía bien, allí recibía cariño, allí descansaba. No huyó ante el sufrimiento, lo abrazó en la Cruz y, gracias a eso, podemos nosotros sufrir con Él. Pero gustarle, lo que se dice gustarle… le produjo pavor y angustia.

Yo quiero –y tú también– que a Jesús le guste estar conmigo. Quiero ser Betania para Él, ya que tantas veces fui Calvario. Quiero que descanse cada vez que comulgo. Quiero ser Marta, María y Lázaro a la vez.

(2907)

Primero tu alma

«Primero tu alma; después, tu matrimonio». Se lo digo muchas veces a parejas que acuden a terapias para solucionar sus problemas conyugales. Y es bueno que acudan, si lo necesitan. Pero si las almas no están sanas, la terapia queda en una capa de pintura sobre un muro podrido.

Nos sucede lo mismo con la parábola de la levadura. Quisiéramos que se cumpliera en el mundo, que los cristianos fuésemos esa levadura que hiciera fermentar la tierra en Amor de Dios. Pero si no se ha cumplido esa parábola en nosotros, ¿cómo podremos cambiar a otros?

El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. No pienses ahora en el mundo. Piensa en ti. Y contempla cómo la Iglesia deposita en tu alma esa levadura que es Cristo. En cada comunión, en cada minuto de escucha de la palabra, en cada absolución sacramental… La oración, la confesión, la misa comienzan cuando terminan. Cuando sales del templo es cuando debes procurar que la levadura fermente; que Cristo invada tu pensamiento, tus afectos, tus palabras, tus obras, tu sonrisa…

Sólo así podrás ser tú levadura en el mundo.

(TOI17L)

Tres padrenuestros a san Antonio

Se me ha acercado una mujer con un desconcierto mayúsculo. Había perdido las gafas, y un sacerdote amigo mío le recomendó: «Rézale tres padrenuestros a san Antonio, y verás cómo aparecen». Pero a la pobre mujer le dio por pensar: «¿Y cómo voy a rezarle tres padrenuestros a san Antonio, si san Antonio no es mi padre?». Jajaja, me troncho. Le he respondido que rece tres padrenuestros a Dios ante la imagen del santo. Ya aparecieron las gafas.

A ver… el Padrenuestro se le reza a Dios. Aunque, en ocasiones, lo usemos como instrumento para conseguir cosas, como quien desliza una solicitud timbrada en un buzón de la administración celeste. Pero el Padrenuestro es mucho más.

Cuando oréis, decid: «Padre, santificado sea tu nombre». El Padrenuestro te está revelando, en primer lugar, que Dios es tu Padre. Medítalo. Además, te está enseñando qué pedir y cómo hacerlo. Danos cada día nuestro pan cotidiano… Poco después, Jesús habla del amigo que pide pan y el hijo que pide un pez. ¿Entiendes que ese pan cotidiano es la Eucaristía, que se te está invitando a comulgar diariamente?

Yo te dejo aquí. Medita despacio la oración dominical. Que te la explique san Antonio.

(TOC17)

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