No culpéis a los apóstoles. Al menos yo no los culpo. Creo que me habría sucedido lo mismo que a ellos. Cuando Jesús, por enésima vez, les anunció su Pasión, ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
¡Cómo no les iba a dar miedo, si el propio Cristo tiritó, presa del pavor y la angustia, en Getsemaní!
A todos nos da miedo. Pero peor es darse la vuelta y tratar de encontrar la vida en el egoísmo para perderla del todo. El pecado da más miedo que la muerte. Así que, entre dos miedos, prefiero tiritar con Jesús que condenarme solo.
Lo único que podemos hacer es lo que hizo la Virgen, lo que hicieron Juan y María Magdalena, lo que hacen los niños que tienen miedo (¿o acaso pensáis que ellos no lo tenían?): Cogernos a la mano fuerte y dulce del Señor y atravesar, abrazados a Él, esas tinieblas entre las que entregamos la vida.
Quizá así, a diferencia de aquellos apóstoles, que no captaban el sentido, lleguemos a captarlo. Cristo crucificado es la respuesta a todas las preguntas, Él es el sentido.
(TOI25S)

















