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Espiritualidad digital – Página 34 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Más vale apóstol dormido que tibio despierto

Me la voy a jugar, y que san Pedro me corrija en el cielo si me equivoco. Pero estoy seguro de que aquella mañana Simón se durmió durante la homilía.

Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Simón volvía de una terrible y estéril noche de pesca. Estaba rendido. Sólo quería lavar las redes, tomarse el bocadillo y meterse en la cama hasta la tarde. Y llega Jesús y, sin pedir permiso, se sube a la barca para predicar. Pedro se lo permitió, pero ¿de verdad creéis que aguantó despierto? ¡Venga!

Y, con todo, ¿a quién aprovechó más el sermón, a quienes lo oyeron desde la distancia, o a quien, aun dormido, había dejado a Jesús tomar posesión de su barca?

Cuando escuchas a Cristo a distancia, llegas, rezas y te marchas agradeciendo que el sacerdote no se haya alargado o quejándote de que se alargó. Luego tu vida sigue donde la dejaste hasta el próximo domingo. Pero cuando dejas que Cristo se meta en tu vida, la ponga patas arriba y dirija tu barca… Desde ahora serás pescador de hombres. Aunque te duermas en el sermón.

(TOC05)

Cuando más cansado estás…

El Evangelio no te lo da todo hecho. Debes adentrarte en él y escrutar sus pliegues. Si no lo haces, muchos detalles humanos de Jesús se te pasarán por alto.

Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco. Tanto Jesús como los apóstoles se lo merecían. Tras días de predicación, en los que el Señor se había quedado solo mientras los Doce recorrían las aldeas, todos estaban agotados. ¿Qué podía haber de malo en una mañana de asueto, unas horas para reposar y contarse las novedades sin el apremio de las gentes? Suben a la barca, y ya sueñan con ese descanso a solas. Pero de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Y, al llegar la barca a la orilla, encuentran a miles de personas esperando.

Jesús vio una multitud y se compadeció de ella; y se puso a enseñarles muchas cosas. La traducción anterior decía que se puso a enseñarles «con calma». Me gustaba más. Porque Jesús podría haberlos despachado con cuatro frases, o haberles pedido que les dejaran descansar. Pero se olvidó de Sí, renunció a su descanso, y se entregó. Ya descansaría en el sepulcro.

(TOI04S)

La pasión de Juan

Nadie alcanza la luz sin haber cruzado antes las tinieblas. Juan era el precursor del Cristo, y no lo era sólo por sus palabras, sino por su vida entera. Si el nacimiento del Bautista fue anuncio del nacimiento de Jesús, hay, también, una pasión de Juan que es anuncio de la Pasión de Cristo. El precursor se adentró en las tinieblas en las que después se sumergiría de lleno el Hijo de Dios. La luz esperaba al otro lado.

Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. Poco sabemos de esa pasión de Juan. Sólo la atisbamos. Pero quizá, desde que fue encarcelado, sufrió una noche terrible; quizá le llegó a parecer que vencía el mal. Quizá se sintió abandonado. Quizá por eso envió a sus discípulos a preguntar a Jesús si era Él el que había de venir o debían esperar a otro.

¡Cuántos «quizá»! Repito que no sabemos, sólo atisbamos. Pero lo que atisbamos se encierra en un grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46). Cuando el Mesías rasgó los cielos con ese grito, tomó de la mano al precursor y lo llevó a la luz.

(TOI04V)

Un chute de autoestima

Lo malo es no evangelizar. Quien no siente, como san Pablo, la urgencia de proclamar el Evangelio, por mucho que rece, es un cristiano desactivado por Satanás o –tanto da– por la tibieza. Pero quien evangeliza, quien habla de Cristo sin miedo a quienes no creen, es digno del nombre de apóstol. Aunque no le hagan caso.

Sé que hablaste de tu amor al Señor a aquellas personas. Y sé también, porque me lo has dicho, que se rieron de ti en tu cara, y después a tus espaldas. Pero no entiendo que estés abatido, como si hubieras fracasado.

Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos.

Aquí va un chute de autoestima: Estás ofreciendo a tus amigos vida eterna, nada menos que vida eterna. ¿Sabes lo que te digo? Que quien no te escuche, peor para él; no podrá decir que no recibió el anuncio. Nada de sentirte fracasado, o de pensar que algo has hecho mal. No escucharon a Cristo, y no te han escuchado a ti. Entiendo que te duela; reza y llora por ellos. Pero esa cabeza ¡bien alta! Has cumplido tu misión.

(TOI04J)

Cuando el Dios impasible decidió padecer

Dios, por definición, es impasible. Eso significa que no siente ni padece. No cabe en Él alteración alguna, porque –dicen los filósofos– es acto puro. Si en la Escritura aparece en ocasiones enfadado, arrepentido, o cambiando de opinión, eso no son sino formas de hablar adecuadas al entendimiento humano. Pero Dios ni se enfada, ni se arrepiente, ni cambia de opinión.

Gracias, Aristóteles. Todo muy verdadero.

Hasta que a Dios le da por hacerse hombre.

Y, de repente, un Dios con corazón humano ríe, llora, goza, sufre… ¡Y se asombra! Y va a su pueblo, y sus vecinos lo reciben con desdén y envidia, y a Dios se le parte el corazón mientras Aristóteles se rasca la cabeza porque eso no entraba en sus previsiones.

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.

¡Qué bien entendéis las madres a este Dios sufriente, cuando veis que de nada sirven las palabras con el hijo que se apartó del camino! Y, entonces, sólo os queda lo que a Cristo: oración y sacrificio.

(TOI04X)

Mi querido hemorroíso

Hay quien dice: «Yo rezo por todos, menos por mí. Por mí, que recen los demás». Parece una postura generosa y humilde, pero esconde una secreta soberbia. Lo malo es que si le dices eso a quien te ha hecho tal declaración va y se enfada («¿Soberbio yo?»). Así que lo pongo por escrito y cada cual se apañe.

En el Evangelio hay personas que piden por otros. Hoy mismo, Jairo suplica a Jesús que cure a su hija. Pero también hay quien, como la hemorroísa, pide por ella. ¿Con quién te identificas más?

Puedes pensar que es más noble pedir por otros que pedir por ti. Pero si realmente supieras lo pobre que eres, lo enfermo que estás, y la necesidad que tienes de ser sanado, tu primera súplica del día sería: «¡Señor, ten misericordia de este pecador!».

Créeme: si no has sido primero la hemorroisa, no quieras ser Jairo. Por eso, comienza por preguntarte a ti mismo cuál es tu enfermedad. Y póstrate ante Jesús como un leproso, toca la orla de su manto en los sacramentos de la Iglesia, y déjate limpiar por dentro hasta que quedes sano de tu lepra.

Luego, si quieres, arreglamos el mundo.

(TOI04M)

La vocación matrimonial

Como se considera la opción «por defecto», el matrimonio está devaluado como vocación. La gente piensa: «Tú, de primeras, busca pareja y cásate… salvo que tengas vocación, claro». Es un error. El matrimonio, cada matrimonio, es fruto de una llamada divina personal e intransferible. Repara en que he escrito «cada matrimonio». Hay quienes, por no escuchar a Dios, se casaron con la persona equivocada.

En los evangelios vemos a Jesús llamando a algunos a abandonar su familia para seguirle. Pero ¿hay algún caso de llamamiento expreso al matrimonio? Lo hay. Está en el evangelio de hoy.

El que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».

Tan poderosa y exigente es esta llamada como la que recibieron san Pedro o san Pablo. Es la vocación de gran parte de vosotros. Los casados podéis llegar a personas a quienes los sacerdotes no llegamos. Pero debéis recordar que vuestra vocación es apostólica. No os quedéis encerrados en vuestras familias o en vuestros grupos de fe.

(TOI04L)

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