La pasión de Juan

Nadie alcanza la luz sin haber cruzado antes las tinieblas. Juan era el precursor del Cristo, y no lo era sólo por sus palabras, sino por su vida entera. Si el nacimiento del Bautista fue anuncio del nacimiento de Jesús, hay, también, una pasión de Juan que es anuncio de la Pasión de Cristo. El precursor se adentró en las tinieblas en las que después se sumergiría de lleno el Hijo de Dios. La luz esperaba al otro lado.

Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. Poco sabemos de esa pasión de Juan. Sólo la atisbamos. Pero quizá, desde que fue encarcelado, sufrió una noche terrible; quizá le llegó a parecer que vencía el mal. Quizá se sintió abandonado. Quizá por eso envió a sus discípulos a preguntar a Jesús si era Él el que había de venir o debían esperar a otro.

¡Cuántos «quizá»! Repito que no sabemos, sólo atisbamos. Pero lo que atisbamos se encierra en un grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46). Cuando el Mesías rasgó los cielos con ese grito, tomó de la mano al precursor y lo llevó a la luz.

(TOI04V)