Cuando el Dios impasible decidió padecer

Dios, por definición, es impasible. Eso significa que no siente ni padece. No cabe en Él alteración alguna, porque –dicen los filósofos– es acto puro. Si en la Escritura aparece en ocasiones enfadado, arrepentido, o cambiando de opinión, eso no son sino formas de hablar adecuadas al entendimiento humano. Pero Dios ni se enfada, ni se arrepiente, ni cambia de opinión.

Gracias, Aristóteles. Todo muy verdadero.

Hasta que a Dios le da por hacerse hombre.

Y, de repente, un Dios con corazón humano ríe, llora, goza, sufre… ¡Y se asombra! Y va a su pueblo, y sus vecinos lo reciben con desdén y envidia, y a Dios se le parte el corazón mientras Aristóteles se rasca la cabeza porque eso no entraba en sus previsiones.

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.

¡Qué bien entendéis las madres a este Dios sufriente, cuando veis que de nada sirven las palabras con el hijo que se apartó del camino! Y, entonces, sólo os queda lo que a Cristo: oración y sacrificio.

(TOI04X)