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Espiritualidad digital – Página 11 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Víctima de ti mismo

Nunca estás contento. Buscas cariño en las criaturas y, cuando te lo dan, todo son quejas. No te quieren como te gustaría que te quisieran, no te tratan como te gustaría que te trataran, no te atienden como te gustaría que te atendieran…

Si lo deseas, puedes seguir haciéndote la víctima, aunque con ello sólo te hagas más daño a ti mismo. Pero lo cierto es que no tienes nada de víctima. Más aún –y te lo digo con cariño– te has convertido en un pequeño tirano. Exiges a los hombres lo que sólo Dios puede darte.

¿Quién te crees que son? Son unos pobres pecadores, como tú. Te dan lo que tienen: un amor imperfecto, enfermo y herido. Como el tuyo.

Mira lo que recibió Cristo de los hombres: Los fariseos no aceptaron su divinidad y planearon el modo de acabar con Jesús. En cuanto a los enfermos, muchos lo siguieron y él los curó a todos. Pero lo seguían por interés, porque estaban enfermos y buscaban en sus manos la salud. Por último, los apóstoles lo amaron, pero su amor imperfecto no les permitió acompañarlo en la Cruz. Lo dejaron sólo.

¿Vas a ser tú más que Él?

(TOI15S)

El Inocente

Si algo deja claro la Escritura es que, después de la caída de nuestros primeros padres, no hay hombre libre de pecado. Heredamos la culpa desde nuestra concepción: Pecador me concibió mi madre (Sal 50, 7). En otro lugar, hablando de los hombres, dice: No hay uno que obre el bien, ni uno solo (Sal 13, 3). El propio Jesús dijo al joven rico: Nadie es bueno, sino sólo Dios (Lc 18, 19). Y, en otro momento: Si vosotros, que sois malos… (Lc 11,13).

Esta ristra de citas, y otras muchas que dejo fuera, la traigo para que nos sorprendamos ante las palabras que Cristo dirige hoy a los fariseos: Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los inocentes.

¿Qué inocentes? ¿Acaso queda alguien libre de culpa?

Sí. Él mismo.

Frente a los fariseos, y en un campo de trigo, anuncio de su cuerpo entregado, Cristo está profetizando su propia Pasión. Este diálogo es un adelanto del proceso que sufrió en el Sanedrín. Ahí están los hijos del Satán (el «acusador») acusando al Hijo de Dios. Y ahí está Cristo ofreciendo al Padre su sacrificio de misericordia.

Es viernes. Medita la Pasión del Señor.

(TOI15V)

El yugo suave

¿Te has fijado en cómo el sacerdote, al ofrecer durante la Misa pan y vino, vierte una gota de agua en el cáliz? ¿Sabes lo que le sucede a esa minúscula gota de agua? Que queda absorbida por el vino y en vino convertida. Así sucede al cristiano que vierte su vida en la vida de Cristo: queda convertido en otro Cristo. Y lo mismo podemos decir de la cruz que todos llevamos.

Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

Pocos experimentan la suavidad y la dulzura de esa cruz, porque pocos toman sobre sus hombros la cruz del Señor. Preferimos llevar la nuestra y, como bastante pesada se nos hace, no nos atrevemos a cargar con la de Cristo. Nos conformamos con mirarla.

Pero si, en lugar de mirar y remirar tu cruz, quejándote de tus dolores y renegando de cada contrariedad; si, en lugar de andar tan ocupado sufriendo tus problemas, volcaras tu cruz en la de Cristo como se vierte en el vino la gota de agua e hicieras tuyos los dolores del Señor… Entonces el Amor te abrazaría, y te serían tan dulces tus dolores que pensarías que, con Jesús, da gusto hasta sufrir.

(TOI15J)

Antes de que llegue la palabra a mi lengua…

La palabra es don y problema. Es un don, porque nos permite comunicarnos. Y ese don brilla como el sol cuando, a través de la palabra, anunciamos a Jesucristo o pronunciamos su nombre. Sin palabra no habría anuncio, y sin anuncio no habría fe. Pero la palabra se vuelve problema cuando nos atrapa y queremos encerrar en ella todo el conocimiento. Se nos llena de palabras el cerebro y, cuando un rayo de Amor divino quiere alcanzar el hondón del alma, un barrizal de palabras le impide alcanzar la puerta.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.

Por la gracia divina somos hijos de Dios. Pero los hijos de Dios no crecen con el tiempo, sino que van menguando a lo largo de los años. Hasta que un día –y ese día tiene que llegar– te ves como un recién nacido que aún no sabe hablar. Se despeja el entendimiento de palabras, y recibes la noticia del Amor como quien recibe un beso, una caricia o un abrazo. Toda tu respuesta es un vagido. Eso es el cielo.

(TOI15X)

A los santos también se les quema el pollo

Desde el comienzo de su vida pública, Jesús predicó y pidió la conversión de los hombres. Se congregaron en torno a Él miles de personas, pero pocos, muy pocos se convirtieron.

Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.

Y ¿qué es convertirse? Es necesario escuchar al profeta Jeremías: Me dieron la espalda y no la frente (Jer 7, 24). Convertirse es dar la espalda a las criaturas y la frente a Dios. Eso no supone desentenderse del mundo, sino mirarlo reflejado en las pupilas de Dios, mirarlo como lo mira Él.

Son las dos de la tarde, y descubres que no te has acordado de Dios en todo el día. Entonces rezas una jaculatoria… y te vuelves a dar la vuelta hacia el pollo, que se está quemando en el horno. Por cómo reaccionas ante el desastre se nota que te has vuelto a olvidar de Dios. Estás de espaldas, sólo le prestas atención cuando te giras.

A los santos también se les quema el pollo. Pero, como viven vueltos hacia el cielo, dicen: «¡Bendito sea Dios!». Y se lo comen santamente.

(TOI15M)

Cuando el amigo se vuelve enemigo

Estas palabras de Jesús hay que explicarlas. Porque pueden dar lugar a conclusiones terribles:

He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

«¿Lo ve, padre? ¡Cómo se nota que Jesús es Dios! Profetizó que yo me llevaría fatal con mi suegra. Eso es que debo ser muy santa».

¡Pues no! Jesús habla del Amor y los amores. Y de cómo, si no se rompen los amores para alcanzar el Amor, los propios amores se vuelven cadenas y los amigos enemigos.

Jajaja, ahora tengo que explicar también mis propias palabras.

Los vínculos humanos están dañados por el pecado original. Y el amor fácilmente degenera en egoísmo, afán de control, posesión del otro… Entonces el amigo se vuelve enemigo, porque te anula o te esclaviza. Es preciso, aunque duela, cortar ese lazo, subirlo a la Cruz y reemplazarlo por un amor espiritual, brotado del corazón de Cristo.

No debemos amarnos según la carne, sino según el Espíritu. Lo que nos pide Jesús no es que no amemos, sino que amemos mejor, con el Amor que Él nos da.

(TOI15L)

Malos que rezan

Las palabras del Señor confortaban y escocían. Nunca daba puntada sin hilo.

Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino…

Para representar a ese personaje que pasa de largo ante el sufrimiento del hermano, bien podía haber elegido Jesús a un comerciante o a un ladrón. Pero quiso escoger, precisamente, a un sacerdote, un levita. Y así, en la parábola del buen samaritano, el bueno es un maldito y los malos son… ¡los que rezan! Toma jeroma, pastillas de goma.

Rezar es bueno, ay de nosotros si no rezáramos. Y rezar nos hace buenos, si rezamos bien. Pero hay gente mala que reza. Iré más allá: hay gente que, cuanto más reza, peor se vuelve, porque su oración los deshumaniza, los aleja del prójimo. Son «místicos» que, mientras ascienden al cielo en su oración, se dejan la vida en el suelo. Se acercan a Dios huyendo de los hombres y buscando la falsa paz del egoísta. Aquí, en la iglesia, sí que se está bien, y no en casa aguantando a mi familia.

Creo que has entendido al Señor y me has entendido a mí. Una oración que no se plasma en misericordia no es verdadera oración. Es otra cosa.

(TOC15)

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