Nunca te enfades contigo mismo

La parábola de la red no se cumple sólo en el mundo. Se cumple, también, en la vida de cada uno.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Como el trigo y a la cizaña, los peces buenos y los malos deberán convivir hasta que llegue el tiempo final. Mientras tanto, en el interior del hombre se dan cita lo mejor y lo peor. Aunque odiemos el pecado y luchemos contra él cada día, debemos acostumbrarnos a convivir con la imperfección y a ser misericordiosos con nosotros mismos.

Grandes deseos y estrepitosos fracasos; gozos espirituales elevadísimos y pulsiones carnales de lo más groseras; pensamientos sobrenaturales y juicios amargos… misteriosamente, todo ello convive en nosotros. «¿Cómo pueden venirme estos pensamientos cuando acabo de comulgar?», me pregunta un alma de Dios. Vienen porque eres de carne.

Pero no os enfadéis nunca con vosotros. Mirad al cielo, encogeos de hombros, y pedid ayuda. Sed pacientes con vosotros mismos. Y venga, a intentarlo de nuevo, que pronto llegaremos.

(TOI17J)