No les aplaudáis; felicitadlos

A pesar de su reproche, no creo que a Jesús le molestase mucho la pregunta de Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Pero hoy me quedo con el reproche: Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? «Si crees que vengo por mi cuenta, que hablo por mi cuenta, que hago todo esto por mi cuenta, entonces no me conoces». El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras.

Lo mismo podría decirse del santo. Leed las vidas de los santos y veréis que a todos, sin excepción, les han repugnado los aplausos y alabanzas. Diréis que es por humildad, y lo acepto en cuanto humildad es estar en verdad.

Los aplausos y alabanzas son para los futbolistas, los cantantes, los actores y –¡qué pena!– los políticos. Pero al santo no se le aplaude porque nada ha hecho por sí mismo, y él lo sabe. Al santo se le felicita como felicitó Isabel a la Virgen, porque Dios lo ha escogido para hacer obras grandes a través de él. Él sólo abrió la puerta para que Cristo entrara. Pero no se aplaude al portero, se aplaude a Cristo y se felicita al portero.

(TP04S)