Maestros de vida

Uno de los efectos devastadores de la secularización que azota a Occidente desde hace tres siglos es que la gente ha dejado de saber vivir. Al desterrar a Dios del horizonte existencial, muchos ya no saben para qué viven. Y eso provoca que, cuando los alcanza el sufrimiento, la enfermedad o la muerte, no encuentren un motivo para afrontar el dolor o para seguir viviendo. Y es que la Ley de Dios no puede ser reemplazada por unos libros de autoayuda que, llegada la hora de la verdad, no le funcionan ni a quienes los escriben.

Quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Una de las tareas más urgentes que tenemos los cristianos en esta sociedad es enseñar a los hombres a vivir. No se trata tanto de distribuir evangelios como de mostrar, con nuestras vidas, esa buena noticia. La eficacia de los primeros mártires no fue solamente sacrificial. Los hombres también vieron en ellos a personas que tenían un motivo para vivir y un motivo para entregar la vida, y ese testimonio caló hondo en muchos corazones que se convirtieron al contemplarlo. Un apóstol de hoy tiene que ser, necesariamente, maestro de vida.

(TOI10X)