Joaquín, Ana y mi sobrina
Tengo una sobrina de quince años enamoradiza. Da como miedo. Le pregunto si uno de los chicos de los que se ha enamorado sabe que está loca por él y me responde: «No sabe que lo sabe, pero lo sabe. No sé si me explico»… En fin, que así se explica mi sobrina.
Y me viene al pelo, además hoy es su santo. Porque a Joaquín y Ana se les aplica de maravilla el galimatías de la adolescente irredenta que tengo por sobrina.
¿Sabían Joaquín y Ana que su hija era inmaculada? ¿Sabían que su nieto era nada menos que Dios hecho hombre?
Sabían, desde que María nació, que esa niña era más del cielo que de la tierra. Sabían que en sus ojos había claridades nunca vistas. Sabían que su hija guardaba en el pecho un corazón resplandeciente de pureza y humildad.
Sabían, desde que conocieron a su nieto, que aquel niño no era como los demás. Sabían que estar con el pequeño Jesús era estar en el cielo. Sabían que, cuando se marchaba de su casa, hubieran querido retenerlo para que no se fuese.
Por tanto, que responda mi sobrina: No sabían que lo sabían… pero lo sabían.
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