Bendito el que viene en nombre del Señor
Domingo de Ramos. Hoy veremos a Cristo entrar en Jerusalén entre aclamaciones. Veremos cómo las multitudes lo proclaman rey. Y, en nuestras calles, también los ramos, palmas y cantos lo aclamarán. Pero no nos engañemos. Los mismos que lo acogieron con vítores lo mataron cinco días después.
El mundo sigue sin estar preparado para este rey. ¿Cómo va a acoger al rey manso, que viene montado en un pollino, un mundo que, mientras abomina de la guerra, consagra el derecho a matar a los niños en el vientre de su madre? Quien mata al indefenso matará también a Cristo.
Recibámoslo nosotros bien, dejemos que encuentre acogida en nuestros corazones. Abrámoslos de par en par. Porque tener a Cristo a las puertas es cómodo. Salgo de vez en cuando, le rezo y vuelvo a entrar en mi vida, en mi reino. Pero abrirle y dejar que entre a tomar posesión de cuanto soy y cuanto tengo es maravilloso. Mi tiempo, mi dinero, mi ocio, mi trabajo, mis pensamientos, mis afectos… ¡Todo!
Entonces será rey. Y su Pasión, que contemplaremos en los próximos días, será también la mía.
Sólo así podré gritar, de corazón: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
(DRAMOSC)