En tiempos de Jesús, un rey era un rey. Pero ya no quedan de ésos. Tenemos reyes, pero no mandan. Les queda el oropel, el brillo. Oropel y brillo tienen hasta deslumbrar, porque se han convertido en símbolos, y los símbolos tienen que lucir. También les queda la distancia. Son inasequibles para el hombre de a pie, que hoy se conforma con verlos por televisión.
Mirad, sin embargo, al Rey de reyes, al único y verdadero rey:
Los magistrados hacían muecas a Jesús. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre.
Como trono, una cruz. Como corona, las espinas. Como medallas, salivazos y llagas. Como corte, dos ladrones. ¿Qué brillo, qué oropel es ése?
Sin embargo… Han pasado dos mil años, y ahí sigue, gobernando el Cosmos desde esa Cruz que permanece levantada hasta el fin de los tiempos. Cualquier hombre que sufra lo encontrará a su lado, cualquier moribundo se abrazará a Él. Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Hoy estás conmigo en el Paraíso, te he conquistado, tu vida es mía, tu dolor es mío, tu muerte es mía y mi reino es tuyo.
No hay otro rey sino Tú.
(XTOREYC)











