¡Qué gracia! Los pobres apóstoles temblaban como un flan con baile de san Vito. En ellos parece cumplirse el salmo: Todo me da miedo (Sal 31, 14).
Estaban aterrados por la tormenta, y despertaron a Jesús. Jesús se levantó, calmó con su palabra la tormenta y les dijo: ¿Por qué tenéis miedo? Ahora se supone que ellos, viendo el cielo despejado y calmados los vientos, deberían respirar tranquilos. Pero, según nos cuenta san Marcos, ellos se llenaron de miedo: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
O sea, que primero tienen miedo a la tormenta. Pero, cuando Jesús la calma, tienen también miedo a Jesús. Pobrecillos.
Yo soy como los apóstoles al 50%. Me da miedo la tormenta, me da miedo la vida, me da miedo el dentista, me da miedo –mucho miedo– la muerte. Casi todo me da miedo. Al único a quien no tengo miedo es a Jesús. Su costado es mi único refugio, y en él me escondo como un niño tembloroso. Allí todo es quietud, silencio, paz y Amor. No quisiera jamás salir de allí.
Lo malo del asunto es que sigo teniendo miedo. Por eso quiero tanto a los apóstoles.
(TOP03S)