Mientras impartía catequesis a unos niños en fechas como éstas, cerca ya de la Navidad, les pregunté para qué había venido al mundo el Niño Dios. Una chiquilla de apenas ocho años levantó la mano y respondió sin dudarlo un segundo: «Ha venido para morir». Así profetizan los niños.
Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos. A Juan lo mataron. A Cristo lo mataron. Ése es el camino que nos han marcado.
Nuestra misión no es congraciarnos con el mundo, sino anunciarle a un mundo secularizado la verdad de Dios. Con todas las consecuencias.
Si nos quedamos rezando en los templos, el mundo nos ignorará. Y si nos dedicamos exclusivamente a las obras sociales, nos aplaudirá. El mundo quiere una iglesia que no moleste, que se quede rezando en los templos y se dedique a obras sociales.
Pero si vivimos como santos en medio del mundo y proclamamos abiertamente la verdad, el mundo nos perseguirá. Y, según anunció mi pequeña profetisa, sabremos a qué hemos venido al mundo: a entregar la vida dando testimonio de Jesús.
(TA02S)