Ayer te preguntaba dónde está tu corazón. Hoy, si me lo permites, me adentraré un poco más y te preguntaré qué busca ese corazón tuyo. Porque los deseos del corazón humano pueden agradar u ofender mucho a Dios. Me atrevería a decir que honramos más a Dios con nuestros deseos, si son sinceros, que con nuestros pobres logros.
Algún demonio, con intención de confundir a los incautos, inventó ese refrán que dice que «el infierno está empedrado de buenas intenciones». Yo no me lo creo. Sé que las buenas intenciones encaminan al hombre al cielo.
Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre.
¿No lo entiendes? Todo está en juego en los deseos del corazón. Un enfado repentino, por ejemplo, si queda en eso, no mancha al hombre más que un dolor de cabeza. Pero una palabra dicha con intención de herir al hermano es un puñal, ensucia el corazón y ofende a Dios.
Por el contrario, quien no tiene otro deseo en la vida que el de amar a Dios con todas sus fuerzas, aunque siete veces al día fracase a la hora de entregarle todo, alcanzará una santidad tan grande como su deseo.
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