Una sociedad como la nuestra, en que buena parte de los jóvenes no abandona el hogar familiar hasta pasados los treinta años, tiene muy difícil entender el Evangelio y alumbrar vocaciones al celibato o la virginidad. Apenas nos quedan aventureros; este siglo le pertenece a las agencias de seguros.
Jesús tuvo palabras durísimas sobre las relaciones familiares: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10, 37). Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26). Al joven que le pidió enterrar a su padre antes de seguirlo le dijo: Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22).
Él mismo marcó con su madre una misteriosa distancia. Hoy, cuando le dicen: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte, ni siquiera sale a saludarla. Y, junto a la Cruz, la propia Virgen renunció a besar a su hijo, acariciarlo o vendarle las heridas. Se miraron uno al otro desde aquella distancia.
Sólo un necio puede pensar que es falta de amor. Es amor verdadero, sin ataduras.
(TOI25M)