Salen de misa de doce, y van juntos a tomar el aperitivo. Si es de misa de diez, el café. Entre tanto, en el mismo bar, en las mesas de al lado, hombres y mujeres viven sin Dios ni esperanza en esta vida, ahogados en el sufrimiento, el pecado, la angustia y la muerte… Les da igual. Ni los miran. Ellos hablan de vidas de santos mientras apuran la cerveza o la tostada. Luego van a casa con su familia, y bendicen la mesa antes de comer. Muy piadoso todo. ¿Apostolado? ¡Jamás!
El propio Jesús dijo: Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos (Lc 14, 13). Él podría haberse quedado en el cielo, disfrutando del desayuno con el Padre y el Espíritu. O haberse quedado en Nazaret, compartiendo con la Virgen su vida. O haber intimado con la élite de Israel. Pero entregó su tiempo a los miserables, los pecadores, los pobres… a quienes más lo necesitaban.
Los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Ojalá siguieses ese Camino. Y te rodearas de gente sin Dios, de pobres y miserables que viven a oscuras. Serías luz y sanación para muchos. Serías otro Cristo.
(TOP02J)