Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Espiritualidad digital – Página 49 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Comiendo a besos el Pan

Nacido en Belén, fue Jesús recostado en un pesebre. Bet-lehem, significa «casa del pan». El pesebre es el lugar donde comen las bestias.

Quiso Dios que fuera así. Porque en bestias, y menos que bestias, nos convirtieron nuestros pecados. Y Dios, al vernos tan humillados, quiso alimentarnos con un pan que devolviera la vida a las almas que el pecado había sumido en la muerte.

Comieron todos y se saciaron. Los panes que Jesús multiplicó saciaron los cuerpos. Pero el propio cuerpo de Jesús, oculto bajo apariencia de pan, saciará nuestras almas.

«Este niño está para comérselo», oigo a una madre decir de su bebé. «Me lo comería a besos». Y pienso, en Navidad, que al comulgar me como a besos al Niño Dios. Está más rico que el mejor pedazo de pan, porque fue cocido durante nueve meses en el horno más sagrado: el vientre purísimo de la Virgen. Ella lo pone en mis manos en cada misa y, mientras, recién llegado, lo alzo ante el pueblo, lo miro pensando: «Te comería ya mismo». Pero debo esperar.

El altar es nuestro Belén, nuestra casa del Pan. Y allí, quienes éramos bestias somos saciados con el Pan de los hijos.

(0801)

“Evangelio 2025

La magia de los Magos y el médico de Dios

¿Por qué en España los llamamos magos, si no hacían magia? Dicen que no eran magos, ni llevaban varita, ni bola de cristal, ni decían abracadabra. Que eran astrónomos, o sabios, yo qué sé.

Yo creo que eran magos, con cofres en lugar de varitas y tedeums en lugar de abracadabras. Porque, de ayer a hoy, el Niño ha crecido y tiene barba. Algo habría en esos cofres.

Le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Fíjate, ayer no levantaba dos palmos del suelo, y hoy ya es Médico. Así, con mayúscula. Es el Médico de Dios. Y las multitudes de enfermos se arremolinan en torno a Él, buscando huir de la muerte en que los había sepultado el pecado.

Aunque todo será distinto cuando esas multitudes descubran que aquellas curaciones no eran sino signos, anuncios de la verdadera sanación que Cristo trae al mundo: la del pecado.

Porque todos los ciegos quieren ver. Pero no todos los pecadores quieren ser sanados. La lumbalgia que me la quiten; pero a mi soberbia la quiero conmigo.

Nosotros, pecadores, buscaremos en Él el perdón. Aunque el catarro lleve dos meses pegado a nosotros.

(0701)

“Evangelio 2025

Nueve palabras para toda una historia

Como el famoso dinosaurio de Monterroso, la frase de san Mateo es todo un microrrelato:

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.

Aquellos Magos habían salido de su tierra siguiendo la luz de una estrella. Pero aquella luz se había perdido entre las nubes de las noches de invierno. No sabían por dónde seguir el camino. Y preguntaron, pero salieron del palacio real confusos. ¿Era prudente hacer caso a aquel hombre en cuyos ojos brillaba la codicia? Entonces, de repente, se abrió el cielo estrellado y ellos miraron hacia lo alto.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.

Así alcanzaron la meta, y la meta era Cristo.

También nosotros caminamos hacia Cristo, y caminamos de noche. Nos guía la fe. Pero, en ocasiones, la estrella desaparece entre las nubes, cubierta por las mil tribulaciones de la vida. Y parece que no hay fe. Entonces preguntamos, buscamos a personas que nos hablen de Cristo. Y nuestra madre la Iglesia pone en nuestro camino a hombres pecadores como nosotros que nos guían. Nos fiamos, seguimos… hasta que, finalmente, lleguemos –¡cómo me gusta esta frase de la oración Colecta de hoy!– a «contemplar la hermosura infinita de tu gloria».

(0601)

“Evangelio 2025

Todo un Dios al alcance de un beso

Acerca de la resurrección de Cristo, san Pablo escribe una de sus sentencias más sobrecogedoras: Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también nuestra fe; somos los más desgraciados de toda la humanidad (1Co 15, 14. 19).

Volvamos ahora a san Juan: El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Lo mismo que dice san Pablo sobre la resurrección podríamos decir sobre la encarnación: Si el Hijo de Dios no se ha encarnado, nuestra vida es un fracaso; no podemos amar a Dios. ¿Cómo amar a un Dios a quien no vemos ni veremos jamás? Para nosotros, hombres, un Dios sin carne es un Dios imposible de amar. Porque el afecto de nuestro corazón, para expresarse, pasa siempre por la carne: miramos, sonreímos, abrazamos, besamos… ¿Cómo podríamos amar a un espíritu puro?

Pero el Verbo se ha hecho carne. ¡Como yo! La Virgen lo abraza, Juan se recuesta en su costado y María Magdalena lo unge con perfume.

Y yo. Y tú. Besamos la imagen del Niño Dios, nos arrodillamos ante su cuerpo encerrado en el sagrario, nos vestimos cada domingo para la Misa.

¡Qué fácil es amar a un Dios que tiene carne!

(TNC02)

“Evangelio 2025

Y a Mí buscarme has en ti

Nueve días hace ya que amaneció la Navidad. Y, en este tiempo, hemos mirado, hemos conocido, hemos amado y hemos caído rendidos ante el Dios que, revestido de nuestra carne, se ha postrado ante nosotros. Brota de nuestros labios, como un aliento que se escapa, la pregunta de Juan:

Rabí, ¿dónde vives?

Venid y veréis. Juan y Andrés siguieron los pasos de Jesús. Nosotros, ¿a dónde iremos para ver? La respuesta se la reveló el mismo Jesús a santa Teresa: «Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti».

Cristo es hogar donde vivir. Lo tienes cerca, muy dentro, en tu alma en gracia. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él (Jn 6, 56).

Juan y Andrés se quedaron con él aquel día. Y llamaron a Simón, quien pasó a ser Pedro. Y, seguramente, también a Santiago, quien pasó a ser hijo del trueno, porque en ese hogar el Señor te llama con un nombre nuevo.

Yo también. Entraré en mi alma, donde Él habita. Habitaré en Él. Y, si me preguntan dónde vivo, responderé: «Vivo en Cristo». No quiero separarme de Él, no quiero salir de casa.

(0401)

“Evangelio 2025

El nombre más dulce en los labios de un niño

Jesús¿Te has dado cuenta de que Juan Bautista, en los evangelios, nunca pronuncia el nombre de Jesús? Lo llama el Cordero de Dios, el que bautiza con Espíritu Santo, el Hijo de Dios… Pero en ningún momento lo llama Jesús. Tiene, ante ese nombre, la misma reverencia que los judíos tenían por el nombre de Yahweh. Porque, ahora, Jesús es el nombre de Dios.

Nosotros, sin embargo, pronunciamos su nombre constantemente. Y lo repetimos, porque nos sabe dulce en los labios. No nos inspira temor; nos enamora. En ocasiones, rezar es tan sencillo como decir: Jesús, Jesús, Jesús…

Juan era el último de los profetas. De ahí el temor reverencial ante el nombre del Altísimo. Pero nosotros somos los más pequeños en el reino de Dios. Somos niños. Tratamos a Dios de tú, y a Jesús lo llamamos Jesús, sin más. No sé si los patriarcas y profetas rieron con Dios. Nosotros sí. Yo me río mucho con Jesús. En ocasiones, incluso he tenido que contener la risa en el mismo altar donde ofrezco su cuerpo y su sangre.

Los niños tratan de tú al sacerdote hasta que crecen, y entonces lo tratan de usted. Yo prefiero seguir siendo niño.

(0301)

“Evangelio 2025

La gran aventura de conocerte

Juan Bautista había hablado de Jesús como «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Pero también dice de Él: En medio de vosotros hay uno que no conocéis. Él os conoce, vosotros no lo conocéis. Cuando lo conozcáis, tendréis vida eterna. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). Y sabemos que, en la Escritura, conocer es amar. No se consigue a través de los libros, sino de la mirada contemplativa y sosegada.

Juan, desde luego, lo conocía. Y lo conocía su madre, la Virgen santísima. ¿Lo conocía José, le dijo María que Jesús era Dios? Podemos suponer que sí.

Ahí lo tienes tú: Míralo en Belén, representado en la figura de un niño. Míralo en la Hostia, escondido tras la apariencia de pan. Míralo en cada palabra de los evangelios. Si Dios ha nacido en la tierra, hoy comienza para ti una aventura maravillosa: la de mirarlo, enamorarte y conocerlo. Y descubrir, dentro del alma, cómo te conoce Él. Cómo ese niño, con su mirada, te traspasa el corazón y acaricia los pliegues más escondidos de tu espíritu.

Eso es la santidad: conoceros.

(0201)

“Evangelio 2025

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